El día transcurre lento, entre suspiros y desencantos, apartado del mundo. Sin embargo, las aves aún extienden sus alas cortando el viento, el sol brilla y me saluda un rato, para después irse y dar paso a la lluvia que, una vez más, cae indiferente ante mí. No es nostalgia, ira, miedo ni soledad, de hecho, no hay emociones o sentimientos, pues solo soy un eco sin retorno, un dibujo rupestre, descolorido en una pared de Altamira, el barrido abstracto en una pantalla egoísta y monótona, y, por último, el vacío.
No sé qué día es hoy, porque la noción relativa del tiempo de nuevo me trae al olvido. Anodino cotidiano acompañado de pensamientos a veces estridentes, y otras tan silenciosos que todo es confuso; así la vida pasa desapercibida e indolente me roza el hombro siguiendo de largo, es ruido, un rumor. Aunque en ocasiones siento que algo me estremece y temo sucumbir, entregarme a su contradictorio encanto. ¿Seguir o abandonar?
Solamente ha pasado el tiempo necesario, el que ha tenido que ser y pesar en mi claroscuro mental, donde la memoria empieza a difuminarse, por lo que ahora solo queda el "paraíso" de las ideas y de las formas sin revelar, debatiéndome entre una locura incipiente o salir a pasear en el trasatlántico de mis dudas más inmediatas; no importa ya. ¿A caso es una caída libre desprenderse de la razón? De pie frente al balcón mi consciencia se apaga mientras la mente divaga, deambula lejos de mi alcance, es un ave que no sabe volar, emoción kamikaze dispuesta para el final. No sé cuándo es demasiado para mí, en qué momento parar.
Me empiezo a cuestionar por mi salud mental… es como un náufrago que pretende salvarse de la autodestrucción, pero ¿cómo se puede salvar a alguien de sí mismo?, en especial a un alma sumida en desasosiego ancestral; me estremece sentir cómo mis raíces sangran en esta tierra. De modo, que el único camino es aceptar que la mente se está desconectando de la realidad, en tanto la penumbra crece como un ente voraz propagándose licenciosa y seductora en contra de mi voluntad.
La reconozco, la siento llegar, como descarga eléctrica es mi angustia existencial, lo único que poseo, me es difícil respirar. Aun así, le pertenezco, incluso si cada vez es más borroso discernir la ficción de la sustantividad. Hastío pertinaz es transitar por la vida sintiéndose roto, inmigrante en tierras estériles donde sembrar la desesperanza, empero, mis últimas reflexiones dirán que no ha de ser tan terrible si la cordura desaparece y no lo puedo notar, si en mi mente se confunden libertad y esclavitud empezándose a fusionar.
Finalmente, la recibo, la empiezo a apreciar, es la madre vesania que me quiere adoptar, llevándome fuera de los lugares comunes de la engreída sociedad, a menos que sea un sueño del que debo despertar, asumir mi existencia, dejar de escapar y afrontar los altibajos de esta montaña rusa vertiginosa y mortal. Es la vida, ya está.
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