El 2019 le trajo a Ana dos noticias que le cambiarían la vida para siempre.
Sobre la depresión, intentó con las pocas fuerzas que le restaba disimularla. Los sentimientos que llevaba eran apenas amarguras. Y no podía detenerlas. Salieron de su cuerpo y mente y rápidamente invadieron a su hogar y entorno. La pequeña, pero constante, sensación creció dentro de sí al punto de provocarle dolores físicos y destrozar cada puntito de luz su vida.
-Me niego. No puede ser eso. No voy a ver un médico, que soy capaz de lidiar con ello. Pensaba.
Lo negó de todo. Evitó hablar a sí misma, el miedo de mirarse por entera traía consigo ideas inimaginables sobre auto mutación y suicidio. Evitó hablarle a su pareja, imaginaba que le abandonaría y que entonces no sería capaz de superarlo sola.
En muchos momentos creyó que se había pacificado dentro de ella. Aunque lo tenía latente dentro de sus entrañas. Un día supo que tenía que dividir el diagnostico por lo cual estuvo huyendo, por miedo de enfrentarlo, y un pequeña ser que pensaba haber sido concebida en el peor momento de mi vida.
Al principio se abstuvo de sentir todo. No lo quería tanto por deseo como por efecto de las medicinas que le producían estos efectos. Llevaba meses apática a todo lo que le rodeaba. No se permitió amar a su bebé en el vientre, ni se permitió nombrarlo. ¿Planes?, solo tenía en cuenta sobrevivir hasta al día siguiente.
Hasta que por medio de las 16 semana lo notó por primera vez. Volvió a ser capaz de sentir otra cosa que no lo que reflejara su instabilidad emocional. Lo notó en su vientre y una ráfaga de esperanza le tomó el cuerpo. Y por la mente.
Sobre el embarazo con depresión tras este hecho, no se puede decir que los cambios se produjeron al instante. Ana se sentía muy mal a menudo. Al final, estaba embarazada. Donde la sociedad supone que es un período de alegría infinita. Luego se dio cuenta que para lidiar con la depresión y el embarazo, ella y sus estados tenían que darse las manos. No iba a negar ninguno de los dos. Ahincaba los esfuerzos contra una batalla que se configuraba a la vez impersonal, porque parte de ella seguía negando los hechos que le acompañaban, y de las más personales que había vivido nunca.
Poco a poco se tomaba bocanadas de aire fresco más grandes, sintiendo el soplo de la buena esperanza pasando por todo su cuerpo. Generaba dos nuevas personas dentro di sí. A su cría, y a la nueva Ana que se levantaba, poco a poco, del agujero que había caído y construido.
Su Victoria llegó. Y con ella una satisfacción personal sobre los trayectos que había caminado, negado, aceptado, convivido, demolido. Sigue reconstruyendo a ella y a su salud mental bajo los nuevos pilares de su mirada sobre la vida.
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