Ese día de otoño, el living color sepia lucía como una foto antigua mientras el perfume a desinfectante después de la limpieza, inundaba el silencio emanando desde los vidrios abiertos. Afuera flotaba una promesa de libertad, adentro era el agobio. Una vecina nos espiaba.
- ¿Y ella, no tiene un nombre? Escuché decir a mi propia voz, luego de una hora de palabras ausentes
-¿Quién? Dijo mi esposo
-La docente, la que murió- respondí- La almacenera dice que se llamaba Cristina, quizás. Yo buscaba esa complicidad que se dá en las parejas de muchos años, pero él se acomodó en el sillón zambulléndose en el periódico.
La maestra había dado todo y se quedó con nada. Yo lo sabía, sin embargo no quería parecerme a esas feministas que se oponen a los hombres, porque yo sí estaba casada con un buen marido… en ese punto dejé de pensar pues mi mente era una comparsa de emociones.
-No te preocupes- dijo mi esposo. Él solía unir las palabras sin ninguna entonación.
-¡Pero todas merecemos un nombre!- exclamé. Las ganas de vivir hacían el recorrido de un movimiento pendular, siguiendo quien sabe qué lógica. Cuando volvían yo intentaba al menos discutir.
¿Y si yo tampoco fuese nombrada? ¿Y si pasado el tiempo mis hijos me olvidaran? ¿Y si mi vida fuese siempre así, mediocre? Mi profesión abandonada, mi devenir incierto y esa sensación de angustia que me aprisionaba la garganta.
Miré hacia donde estaba el bolso que tenía preparado desde hacía dos años. Asomaba desde el armario, cerca de la puerta principal de la casa. ¿Por qué nunca me había animado? Una vez más, imaginé todos mis movimientos: guardar ropa, el rouge, el celu y salir. Nadie se daría cuenta. Mis hijos vivían en Madrid y mi marido, en su lectura.
Una huída hacia la salud, hubiera dicho mi terapeuta.
Soy licenciada en matemáticas, así que comencé a hacer cálculos acerca de mujeres que son nombradas y las que no lo son.
Registré en una hoja blanca: "Mi prima se pone feliz porque una vez vino su hijo de visita, no digo una vez por mes, ni siquiera una vez por año, digo una sola vez. La biografía de Martha dice, como hecho destacado, que se casó con Freud. Bueno, la misma Cristina y hasta la vecina mirona" Y luego está mi madre... querida mamita que injusta fue la vida contigo.
Todo se transformaba en números, cifras y porcentajes. Finalmente deduje que existe un 80% de probabilidades de que en 7 años nadie me nombre.
-Sabes cuántas probabilidades tenemos las mujeres…
-¡Basta querida! dijo él, tengo hambre mi amor me haces la cena.
La vecina seguía pispiando, ahora desde su propia ventana. No estaba segura, pero le pareció ver que Ana, en un gesto inusual, sacaba un bolso de un armario, lo llenaba con objetos personales, se lo calzaba al hombro y salía sonriendo cerrando la puerta tras de sí.
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