martes, 11 de mayo de 2021

Algún día amanecerá

    Bebé se apoyó en el respaldo de la silla, poniendo distancia entre su cara y el monitor. Tal vez así podría ver mejor las palabras, tal vez así podría saber cómo continuar.

No hubo suerte, y la angustia le mordió inmisericorde. Sintió el vacío helado en la boca del estómago. Intentó respirar profundamente, se supone que eso sirve para todo. ¿Pero sirve? Siguió intentando respirar. Sus aspiraciones se cortaban y sus exhalaciones eran frenéticas, desesperadas, como así pudiera exhalar a los enemigos diminutos que invadían su cuerpo…

Se detuvo, tuvo que detenerse. Dejar de pensar en esa metáfora horrible de hombres pequeñitos abocados a su destrucción. Tenía la suerte de no sufrir alucinaciones, pero la idea en sí misma alimentaba su angustia y debía parar. Era otra técnica infalible: no pienses cosas que te hagan sentir mal.

Miró de reojo el monitor que seguía estático en frente. Sabía que en realidad la pantalla «refrescaba» la imagen tantas veces por segundo que podía hacerle creer que estaba inmóvil… pero de alguna forma podía sentir la «vibración», porque en su propia inmovilidad, también sabía que todo su ser estaba vibrando a una velocidad escalofriante, intentando huir más y más lejos de allí, de ese tiempo y esa vida y…

«Tal vez pueda usar eso», pensó.

Escribir su desesperación era algo terapéutico pero también podía ser la llave para encontrar un oficio, ganar un dinero, un premio, algo de reconocimiento, tal vez podría acudir con un buen terapeuta, podría visitarlo dos veces a la semana y entonces… ¿y si entonces perdía su habilidad para escribir y lo perdía todo?

De nuevo la angustia le mordió justo debajo del esternón, de nuevo el grito atorado no en su garganta, sino en su mente. De nuevo sus dedos impasibles a los que tenía que mover, uno a la vez, con una grúa de voluntad que habría sido capaz de levantar la muralla china de haber existido.

«¿Qué soy?»

«¿Princesa?»

«¿Dragón?»

«¿Los dos…?»

«Y la princesa, atada, intenta roer con los dientes que le quedan las entrañas del dragón que de un zarpazo podría terminar con ella…»

«¿Y si mejor cantamos?, le dijo el dragón al empujarla con una delicadeza que sólo le rompió dos huesos.»

«La princesa sonrió, la boca llena de sangre (más su sangre que de él), un gorgoteo horrible surgió de su garganta.»

Bebé imitaba a la princesa de su escrito, se abrazaba de la forma en que el dragón le estrangularía.

«Todo estará mejor…» se dijo. Soñó con el dragón, la princesa, siendo amigos; allí estaba Bebé también. Olvidaría el sueño, era necesario. Era un augurio. Las cosas mejorarían. Pero tenía que ser una sorpresa.

«Si pudieras ver el mundo como yo, ¿te asustarías?

»Si pudieras entender el mundo como yo, ¿gritarías?

»Si pudieras cantar el mundo como yo, ¿te unirías a mí?»

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