Digamos que se llamaba María. Sentada tras la ventana de su segura habitación, María contemplaba el apacible discurrir de la vida de desconocidos transeúntes que corrían a resguardarse de esas gotitas cristalinas que caían incesantes desde un amenazante cielo. Pero ella se sentía a salvo, a salvo de la lluvia, a salvo del ajetreo de la cotidianidad diaria, a salvo… No llegaba ningún ruido exterior o, al menos, al amparo de esos muros, los ecos del mundo se percibían como un mar lejano en el que no quería adentrarse, no ahora.
Tal vez por el efecto hipnótico del aguacero o por la somnolencia acostumbrada, María se aisló en su mundo, avanzando por el laberinto de su mente hasta llegar a lo más profundo de su ser. Allí, en su inconexo monólogo interior, su voz se afanaba por dar forma a las palabras que pugnaban por salir de su boca sin éxito. No había podido entonces y tampoco podía ahora. ¿Por qué? ¿Por qué?
Todos se lo preguntaban, pero ella no podía responder. Las palabras y las razones se agolpaban en su cabeza, aunque su voz era incapaz de verbalizarlas, porque en sus adentros ella sabía muy bien que nadie quería escucharla. Pero ella tenía una voz. María tenía voz. Su resonancia aún perduraba en recuerdos largamente reprimidos que luchaban por abrirse paso. Hacía tanto tiempo! Tanto tiempo sin hablar! ¿Para qué hacerlo si no escuchan lo que les digo? Si solo escuchan lo que quieren oír. No debería ser tan difícil. Oír y escuchar. Hablar, oír y escuchar. Lejos, lejos, sonido distante. No, es solo un recuerdo o tal vez, sí, tal vez el producto de mi imaginación. Los rueños y la realidad se funden en mi mente. Avanzo, sigo, sigo por el laberinto, voces, voces, no, ninguna es la mía, María no tiene voz, ella no tiene voz, yo no tengo voz. Unos pasos se acercan por el pasillo, ¿son los pasos del pasado o esos que me persiguen con sigilo fingiendo parar cuando yo paro? Sí, son pasos, pero no son los míos, yo ya no tengo camino. La sombra está tras la puerta, la oigo respirar, me vigila, me escucha. Sí, ella me escucha, ella es la única que escucha mi silencio. Pero ya no tengo miedo, ya no tendré miedo nunca jamás, porque cuando la sombra abra la puerta no me encontrará a mí, encontrará a María que absorta en sus pensamientos contempla la lluvia tras la ventana.
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