Ya quedaba poco para empezar la reunión, pero aún seguía en los aseos a pesar de haber terminado. Comprobó que estaba solo y miró de nuevo, con suma atención, el lavabo en el que se acababa de limpiar y secar las manos sin poder evitar un profundo suspiró. El tener que ayudarse de las toallitas de papel para tocar los grifos, los interruptores, pomos, no era lo más llamativo. A fin de cuentas, estaba más que justificado por las circunstancias actuales. Lo más peliagudo, por decirlo de algún modo, venía ahora.
Echó de nuevo un rápido vistazo, cerró el grifo y lo apretó varias veces; esta parte ya estaba completada. Ahora venía la comprobación. Sabía que debía salir sin más y dejar de perder el tiempo, pero la tentación era muy fuerte, tenía que hacer como siempre…sucumbir a la necesidad de revisarlo de forma exhaustiva. Pasó la mano varias veces por debajo del grifo para "asegurarse" de que no había el más mínimo escape de líquido, pese a saber que estaba bien cerrado. Lo malo es que si lo rozase, aunque fuera levemente, volvería a sentir la imperiosa e irracional sensación de tener que lavarse otra vez las manos y empezar de nuevo toda la parafernalia…como si fuese partícipe de un exótico ritual, compulsión o cosa similar.
Como suele pasar cuando se tiene prisa, tuvo que repetirlo varias veces y empezó a notar como le inundaba un nerviosismo creciente; la reunión estaba a punto de empezar y ahí seguía con esa especie de extraño e irracional comportamiento. Pasaban los minutos pero por fin hizo acopio de toda su concentración y consiguió finalizar para poder salir sin sentirse azorado ni preocupado por las consecuencias de no cumplir esas dichosas pautas, pese a saber de sobra que eran completamente absurdas e irracionales.
Llegó a la sala de conferencias, todo el mundo estaba ya aguardando y tomó asiento para presidir la misma. ¡Ay si ellos supieran!, pensó con preocupación e intentando no divagar ni perder el hilo de la reunión. Esta vez si que aparcaría el orgullo, ignoraría las más que posibles murmuraciones y se juramentó que todos los comentarios pérfidos y maledicencias varias le importarían un ardite. Acudiría a un especialista; ya no solo era estar bien sino que tampoco había que ocultar nada. ¡Que más daba!, porque estaba claro que si alguna vez le pillaban, lo cual era muy probable, en plena realización de este tipo de compulsiones…empezarían a hacerse serias preguntas sobre su salud mental.
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