- "Mamá, llevo unos días que me duele el corazón".
Noa llevaba semanas repitiendo estas palabras a su madre. La primera vez que las escuchó se asustó tanto que lo llevó al médico. Le hicieron una resonancia y no le encontraron nada. A medida que iban pasando los días, la madre observaba al niño por si notaba algún indicio visual en su tez o en su aspecto corporal que, sin mucho conocimiento, pudiera entender como el principio de una enfermedad.
Después de meses y quejas aún más agudas de Noa, su madre dejó de darle importancia a las palabras más importantes de la vida de su hijo. Noa tenía cada vez menos ganas de levantarse por las mañanas y su madre lo atribuía a un simple cansancio infantil.
Pasó el tiempo y Noa seguía pidiendo ayuda a sus familiares más cercanos, hasta que un día dejó de hacerlo. No le servía de nada. Muchos de ellos incluso lo tachaban de histriónico. A Noa no solo "le dolía el corazón", sino que además se sentía un embaucador por no saber explicar literalmente lo que ocurría en su interior y pensar, por la actitud conjunta de su familia, que solo quería llamar la atención. Cuando llegó tal pensamiento a su cabeza, todo cambió.
Noa dejó de vivir, considerando que antes lo hiciera. La vida para Noa era un infierno, cada vez que interactuaba con alguien le faltaba el aire, se sentía profundamente solo, pero a la vez eso mismo era lo único que le permitía respirar. La paradoja de sus necesidades hacía que sus pensamientos se transfigurasen de un modo muy doloroso. Eso le producía el famoso "dolor de corazón". No estaba tan equivocado.
Cuando su madre se lo encontró en la habitación sin apenas respirar, rápidamente lo llevó al médico. Pero ahora era diferente, ahora el problema de su hijo sí que era observable, tangible. Su preocupación se agrandaba considerablemente cada vez que recordaba la imagen del cuerpo de su hijo yacido en el suelo. Ahora sí que tenía una referencia palpable y evidente para tener la disposición de ayudar a Noa.
Noa pudo salir de su abismo vital gracias a profesionales que le ofrecieron las herramientas necesarias para gestionar de manera emocional todo lo que le pasaba por la mente. Noa tuvo suerte porque finalmente lo escucharon, aunque no de la mejor manera. También gracias a la buena situación socioeconómica de su familia pudo acelerar el proceso de tratamiento. Pero todos sabemos que no es la realidad de la gran mayoría.
Si tienes un Noa cerca de ti, no lo ignores. Te está pidiendo ayuda sin voz.
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