martes, 11 de mayo de 2021

Memorias de un niño raro

    La etiqueta de "niño raro" me acompañó durante toda la infancia. Por entonces, yo no sabía qué significaba ser "raro", aunque era consciente del comportamiento diferente de otras personas y por ello no les etiquetaba de modo alguno. En la escuela, me resultaba extraño que las maestras, al principio, no entendieran mi juego solitario durante el recreo; el placer de recoger las hojas del otoño y hacer con ellas una piscina para las hormigas; el gozo que produce tumbarse sobre las hojas secas y escucharlas crujir. Quizá ellas nunca lo hicieron y es un placer que desconocen. Recuerdo con angustia las tardes en el parque; la insistencia de la mayoría de niños de mi edad, de sus papás y de los míos en que compartiera juegos, atención y espacio vital con iguales que me eran ajenos e indiferentes, entre bocados al bollo de azúcar y a la chocolatina. También tropecé con gente poco cuidadosa a la hora de decir las cosas, y nunca hubo recriminación por mi parte, únicamente hice las aclaraciones oportunas para sacarles de su error. Siempre, a pesar de usar paraguas, llegaba empapado. Un día lluvioso, al entrar en clase de esa guisa, la maestra comentó: "pobrecito, mirad como viene". Ofendido le aclaré que yo no era pobre, porque mi padre trabajaba en el campo y ganaba dinero. Todos rieron. Así que pensé que además de ser raro era gracioso. Al debutar en la adolescencia, la torpeza en los deportes, junto al desinterés por atraer la atención de las chicas, hicieron al único amigo que conservaba de la escuela, desaparecer. Las visitas médicas empezaron a ser frecuentes. Varios doctores mostraban real interés en conocerme. La mayoría mencionaban la palabra síndrome, acompañada de otra rara, que a mí me sonaba a una marca de queso suizo utilizado en recetas, como Fondue o Raclette; o algún establecimiento de comida rápida competencia directa de Burger King o McDonald. La palabra en cuestión era Asperger. Con los años supe que yo no era un tipo raro, sino un individuo que poseía un trastorno que me hacía peculiar. Pero ¿quién no es peculiar?, me pregunto cada día. Ya soy adulto. Estoy acabando los estudios de informática y sueño con tener un negocio propio. En el centro de Salud Mental donde me han tratado desde la infancia, me invitaron a asistir a estas jornadas para dar mi punto de vista, acerca de lo que es el síndrome de Asperger, en primera persona. Sentí que era necesario expresar que existimos en el mundo personas con capacidades y habilidades distintas, y todos merecemos igual oportunidad dentro del entorno escolar, social, laboral, y por supuesto afectivo; porque a nuestra manera, también tenemos mucho que ofrecer. Poseo un grupo de amigos con los que comparto cada sábado intereses y gustos comunes. Les he contado mi peculiaridad y ellos me han contado las suyas. Nos respetamos, pues no existen entre nosotros etiquetas ni diferencias, simplemente constituimos un maravilloso equipo peculiar.

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