Esa mañana le dijeron que había sido asignada a la Sala de libros
medievales. Anabel, iba a protestar; pero aceptó callada. Nunca quiso
coletear ahí. Le comentaban que se oían voces de animales extraños.
Que los libros caminaban por las noches, que muchas veces se
desaparecían y retornaban años o siglos después.
Descendió y fue entrando al socavón con recelo. Todo le parecía
normal, hasta que un libro enorme cayó al piso de improvisto. Tal vez
una rueda de la toba pegaría contra el armario y el golpe causó que
el libro se desplomara. Al recogerlo, escuchó un grito de animal que
salía casi del fondo de sus manos. Lanzó lejos el libro, y en medio de
las hojas que caían y se deslizaban por los adoquines, surgió una
bestia, con miles de aguijones, que se arrojó sobre ella para
devorarla. Trató de correr; pero no pudo; entonces imaginó que estaba
despierta.
Y se sentó al borde de la cama, todavía asustada. Notó que la alarma
había sonado infinitamente. No tuvo tiempo de analizar nada. En ese
momento, solo tenía que darse prisa y tomar el transporte para el
trabajo.
En la parada no cabía un alma más. Forcejeó y logró subirse a un taxi.
La vía estaba pesada. Repentinamente se encontraron en un tráfico
infernal. Miró el reloj y comprendió que llegaría tarde. En el
cuchitril donde tomaban el café de la mañana, la esperaba su jefe de
brazos cruzados.
-Señora Anabel, creí que ya no vendría. Por eso la reemplacé de la
limpieza rutinaria de los baños.
-Hubo un accidente terrible en la carretera, se justificó Anabel.
-Creo que esta es su primera falta, por eso no trate de excusarse por
su tardanza. Mire, hoy, la ubicaré en el salón medieval.
Cuando la mujer escuchó la orden que la enviaba directamente al
sótano, entró en pánico, pues era como retornar nuevamente a la
pesadilla.
En silencio se deslizó por la escalera, lo más despacio que podía.
Luego se detuvo y abrió la puerta. Sus manos temblaban. Empujó
milimétricamente el tobón por el centro del angosto pasillo. Intentaba
que nada rozara los anaqueles. De pronto, escuchó un golpe fuerte a
sus espaldas. Al darse vuelta, se encontró con el mismo libro del
sueño. Lo iba a agarrar; pero recordó lo que había pasado en la otra
parte de la pesadilla.
Retrocedió.
Sin embargo, el libro se abrió por la mitad y en sus páginas
centrales apareció otra vez la bestia con sus garras. Las hojas
caídas se fueron haciendo pájaros y comenzaron a volar por los
pasillos y el techo, hasta apilonarse una a una sobre la cerradura.
Buscaba una salida para escaparse del lugar. Intentaba abrir la
puerta, pero se había trabado.
-Me voy a volver loca. Mi salud mental, no está bien. Me van a matar
estas pesadillas, dijo.
Allí comenzó a gritar de forma desesperada; aunque afuera, sus
compañeros de trabajo, oían nada más y como siempre, los alaridos
lejanos de un animal.
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