Respirar es más difícil de lo que creía, ¿cómo es posible que normalmente lo haga sin pensar? Cada aspiración, entre que exhalo y no, me agobio sin saber cómo volver a empezar. En mi estado sufro el descanso, duermo pero hay días en que no sabría distinguir el cómo o el cuándo. Estoy viendo al vecino, nuestros encuentros tienden a ser furtivos, él me mira directamente, temo que en algún momento se vaya a dar cuenta de que hay algo que funciona diferente en mí, incluso así, de lejos y en silencio, ese miedo siempre me acompaña. Pienso en ello como si una cicatriz me cruzase la cara. Es el estigma de las heridas invisibles. Desde la crisis me he hecho todavía más minúscula, somos yo y mi trastorno. Mis amigas insisten en que salga más, me arregle más, me esfuerce más, porque quieren verme disfrutar de esa esfera de la juventud que yo he ido dejando marchitarse. Y ya no sé cómo explicar que no me sale natural. Temo al fracaso emocional, el de instalarse en esa desilusión penetrante. Y por encima de todo no quiero desestabilizarme, esa es la razón por la que me pongo en guardia ante cualquier elemento externo que amenace este equilibrio que todavía tengo pendiendo de un hilo. Decido refugiarme en mi soledad. Seguramente habrá quien me considere una cobarde, supongo que así es, sí, les daría la razón. Siento que no puedo permitirme ni un paso en falso o caeré al vacío. A lo infausto de la cama como un desértico limbo donde no se distingue el sol de la penumbra. Ya he estado en ese lugar antes. Lo que quiero es no tener que pedirle a alguien que me quiera porque es como pedir que te empujen. Me espanta darme de bruces. Leí que a alguien lo dejaron por haber vivido lo mismo que yo, eso es estigma. Es el tipo de situaciones que se producen cuando la escena de una película desprestigia toda una realidad. Esta mañana, por ejemplo, me ha hablado una mujer en el centro de salud mientras esperaba mi cita mensual. Era tarde, el pasillo estaba vacío, la mujer se ha acercado a mí, me ha pedido algunas indicaciones, no eran preguntas personales sólo un poco inconexas y cada vez más incisivas, he sentido ansiedad, hasta que en un punto he hecho como si no la escuchara. Esa persona que estaba en el mismo sitio que yo, por motivos similares a los míos, me ha dado miedo, y sin embargo espero que la gente me respete. Me sorprendió mi propio prejuicio. Un diagnóstico no define. No somos nuestro historial clínico, pero hasta que lo descubres, lo desconocido asusta. El vecino me saluda con manos grandes. Si me lo hubiese encontrado antes tampoco le hubiese hablado. Ahora, además, me agobia elaborar el conjunto de la narración donde tengo que explicarle lo que me ha pasado, sé que no pasa nada, dicen que la gente lo entiende, ¿lo entendería él?
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