Las emociones son más complejas que cualquier ciencia, es difícil explicarlas y aún más comprenderlas. Debemos entender que está bien no estar bien, que no eres débil por llorar, que es de humanos sentir. Hay días en los que sientes que vas a explotar de tanto vacío, y te ahogas en las lágrimas que no dejaste salir. Entonces, esperas paciente la noche, para quitarte la máscara y dejar ver la mirada triste, las heridas y las cicatrices.
Aquella fue una de esas noches. Hacía frío y el viento soplaba melifluamente afuera, voltee la almohada, cambié de postura y tomé el celular para ver la hora: 3:15 am. Las noches de insomnio se hacían cada vez más frecuentes y contar las pastillas para dormir ya era menos efectivo que contar ovejas.
Al apagar la luz y quedarnos a oscuras, sin darnos cuenta realmente nos quedamos cara a cara con nosotros mismos, nos miramos meticulosamente y formulamos un sin número de preguntas que solo tienen como respuesta otra pregunta. La oscuridad está por todos los rincones, que parece absorbernos y hacernos parte de ella, parte de la nada y de la soledad.
Sentí un nudo en la garganta, temblaba y mi pecho se oprimía poco a poco, dolía como si una roca enorme reposara sobre él, pero en verdad el único peso que me aplastaba era el de los días sin reír, los errores y los miedos. Luego de un rato divagando me dormí… estaba corriendo, jadeante y empapado en sudor, algo enorme me seguía, pero no podía mirar atrás, o quizá no quería, tropecé y me vi de pie al borde de un puente, me asomé al vacío con una sensación de poder volar y salté.
Desperté con el corazón agitado, el sueño era recurrente y nunca llegaba a enterarme de si volaba o caía. Me quedé ahí, con los ojos abiertos mirando al techo, sintiéndolo todo y siendo nada, sin embargo, en dicha oscuridad me sentía más real que nunca.
Aquella fue una de esas noches. Hacía frío y el viento soplaba melifluamente afuera, voltee la almohada, cambié de postura y tomé el celular para ver la hora: 3:15 am. Las noches de insomnio se hacían cada vez más frecuentes y contar las pastillas para dormir ya era menos efectivo que contar ovejas.
Al apagar la luz y quedarnos a oscuras, sin darnos cuenta realmente nos quedamos cara a cara con nosotros mismos, nos miramos meticulosamente y formulamos un sin número de preguntas que solo tienen como respuesta otra pregunta. La oscuridad está por todos los rincones, que parece absorbernos y hacernos parte de ella, parte de la nada y de la soledad.
Sentí un nudo en la garganta, temblaba y mi pecho se oprimía poco a poco, dolía como si una roca enorme reposara sobre él, pero en verdad el único peso que me aplastaba era el de los días sin reír, los errores y los miedos. Luego de un rato divagando me dormí… estaba corriendo, jadeante y empapado en sudor, algo enorme me seguía, pero no podía mirar atrás, o quizá no quería, tropecé y me vi de pie al borde de un puente, me asomé al vacío con una sensación de poder volar y salté.
Desperté con el corazón agitado, el sueño era recurrente y nunca llegaba a enterarme de si volaba o caía. Me quedé ahí, con los ojos abiertos mirando al techo, sintiéndolo todo y siendo nada, sin embargo, en dicha oscuridad me sentía más real que nunca.
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