jueves, 6 de mayo de 2021

Inmaculada decisión

    Cada vez que alguien me hacía la repetitiva reflexión, sacudía la cabeza mientras me llenaba de ira hacia la persona y su buena intención.

Mi salud mental era una enfermedad, que yo creía que no se veía, se escondía detrás de mí, enseñando mi genio y tapando con un velo de silencio un necesario ingreso.

Estaba muy equivocada, pero a ver quién era él o la, que me hacía comprender. Para mí, todo se centraba en la locura, la depresión la trataba el psiquiatra y el lugar donde te iban a llevar era el psiquiátrico.

Fueron muchas veces las que intentaron internarme, no creía que aquella tarde cuando me estaba duchando los hechos que ocurrirían me harían tomar una decisión. Después de haber pasado todos aquellos años un calvario de temor y pánico, cada vez que escuchaba: tienes que ir a ver a un profesional, desterrada al ser que osaba revocar el concepto que yo tenía del sitio.

Sequé mi cuerpo, la suave toalla lo rozaba, el rizo paseaba por él a su antojo, pero a pesar de ser algo agradable a cualquiera, no sé el motivo, pero a mí me estaba agobiando. Sin perder de vista la tijera que estaba en la repisa del espejo, mientras me veía en él desnuda, la cogí, acercando lentamente la punta al cuello, pensando que la mullida toalla empaparía la hemorragia de sangre que tendría al seccionar la yugular.

No me podía quitar aquellos pensamientos de mi mente, era una mujer joven, pero estaba enferma, nadie en su sano juicio hace de una escena agradable un cruel escenario.

Volví en mí y lloré, derramé lágrimas, penando por una mala conciencia y me susurré a mis adentros. Yo era entonces mi mayor crítica, mi juez de lo criminal, mi verdugo, porque en aquel momento me quería tanto, que me sometía a un juicio sumarísimo sobre mí misma.

Yo no estaba loca, estaba enferma, la salud mental me estaba matando, su deterioro iba en aumento y yo no quería verlo. Por lo que opté por enjuiciar mi conducta, me pregunté y las respuestas no fueron buenas, me traicionaban, no podía seguir de aquel modo, ahora es cuando necesitaba de la ayuda de un profesional.

Averigüe números de teléfono, direcciones de consultas, nombres, y unos días después, allí me encontraba…

Decidí ir sola, me encontraba fuerte, exculpada con la confesión al psicólogo, sin depresión alguna, inicié ese paseo hacia mi libertad, a la liberación de mi depresión y tristeza.

Dentro de un jardín frondoso se levantaba un edificio blanco e inmaculado, una cárcel que yo había decidido para mi libertad, un paraíso para morir y resucitar sanada.

Los seres de blanco me dieron la mano, invitándonos a entrar me preguntaron el nombre, contesté con miedo, y mentí, no quería que nada de lo que llevaba conmigo pudiese sobrevivir. Mi mente enferma quedaría allí para siempre, Irene, la mujer que intentó tantas veces lesionar su vida no saldría de allí con ella, gracias a la ayuda recibida.

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