— Por ahí va el pirado de tu vecino. — No necesitaba mirar, sabía que Simón avanzaba por el pasillo de la facultad deteniéndose a tocar cada jambas de las puertas. La mascarilla cubriendo su rostro, la mirada enfocada en un libro de programación que leía al mismo tiempo. La gente se apartaba de él como si fuera contagioso.
— No esta loco. — En otro tiempo, hubiera ignorado el comentario, por no entrar por que no me incumbía.
— ¿Perdona? ¿He ofendido a tu amiguito? ¿Estas loco tu también, Víctor? Un confinamiento juntos, ¿Y ahora sois uña y carne? — Me pasó el brazo por los hombros, me zafé mientras veía a Simón pasaba por mi lado.
— Mi salud mental esta perfectamente y la suya también. — Simón subía las escaleras de dos en dos, desapareciendo de mi vista, sin siquiera dedicarme una mirada.
— ¿Qué coño significa esto? — Atrayendo la atención de los curiosos.
— Me gusta. — Confesó llanamente antes de irse para no volver.
En la cafetería, los que se habían considerado mis amigos meses antes se reunían señalándome. De nuevo, Simón entró y la gente le rehuyó. Nuestros ojos se cruzaron, de nuevo fui ignorado. Sonreí sin poder evitarlo. Recibir atención por mi aspecto era algo con lo que no iba a poder jugar a mi favor.
Al final del día, las luces se encendían en mi vuelta a casa. En la calle de enfrente, subí la vista a mi terraza y vi lo que quedaba de la separación entre ambos pisos. Reí recordando como todo había empezado al romperse, solo había necesitado que esa endeble barrera cayera..
La luz de mi casa, como un reloj, se encendió sacándome de mis pensamientos. Algo cálido se extendió por mi pecho. De la soledad y el abandono, había pasado a tener a alguien para recibirme. Contuve una risa que escondía un secreto que todo mi cuerpo chillaba a gritos.
Subí la escalera y saqué el manojo de llaves
Sentado en el suelo con la espalda contra el sofá, Simón leía, el pelo aun mojado tras una ducha. El silencio ya no era algo que odiase, ahora que alguien lo ocupaba conmigo. Fui a la cocina y cogí la taza de café humeante que Simón siempre preparaba para recibirme. Me senté en el sofá y solo tuvo que inclinarse para oler el aroma a champú antes de besar esa cabeza de cabellos rizados
No iba a recibir un beso de vuelta.
Aun que eso no importaba.
La respuesta fue el hombro de Simón apretándose contra mi pierna.
Su afecto era diferente y sincero
Estaba en las pequeñas cosas, rutinas en las que me incluía, solo había tenido que aprender a mirar y tener paciencia.
Estaba en la erección entre las piernas cruzadas de Simón que parecía reclamar mi atención. Acaricié su oreja, ardiente y su atención abandonó el libro de código para descifrar otro tipo de rompecabezas.
Simón se abalanzó sobre mi. Al fin me miraba a los ojos. Tenia toda su atención. Una atención metódica.
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