Muchas noches le costaba conciliar el sueño, había etapas en las que sentía un nudo en la garganta y le costaba respirar por las noches, en ese intento se le pasaban miles de pensamientos por la cabeza.
Un día, después de la muerte de un ser querido y un agobio incomprensible por lo que le deparaba el futuro fue al médico para descifrar esa sensación. Le dijo que era normal por lo que había vivido y que se le acabaría pasando. Años más tarde descubrió la palabra ansiedad. Supo que la había padecido toda la vida y le dio rabia que sea algo tan normalizado. "No puedo hacer nada, cosas mucho peores pasan ahí fuera que a nadie parecen preocuparle", pensaba. Con el tiempo descubrió la meditación y la espiritualidad. Centrarse en el aquí y ahora era una de sus mayores preocupaciones y cada vez que sentía el peso del pasado y la incertidumbre del futuro, agradecía el momento presente y ponía en balanza las cosas buenas, inhalando todo el aire que podía y expirando todas las preocupaciones. También aprendió a aceptar que su proceso de curación implicaba no desconectar de sus emociones, sentirlas, vivirlas, analizarlas, llorarlas y abrazarlas. Ese no estaba siendo un trabajo fácil pero sí un trabajo necesario. Se preguntaba si dedicarse tan profundamente a su salud mental tendría consecuencias negativas en su desarrollo dentro del sistema. Estaba segura de que espiritualmente estaba haciendo lo correcto, pero su alrededor no le inspiraba esa confianza. Veía ápices de esperanza en ciertas personas que se desvanecían enfrente suya.
África sabía que el sistema no la retroalimentaba, que su labor no estaba dentro de ese circo en el que se saquean no sólo las pertenencias sino también los corazones y las almas de inocentes cuyo único destino es vivir en paz. La paradoja era que por muy claro que lo tuviera, no podía hacer otra cosa que formar parte de ello. O te subes al barco o te hundes y te conviertes en un simple número más. Si algo aprendió de esta sociedad es la ambición, el no querer pasar desapercibida. A veces se enfadaba consigo misma pero no tardó mucho en entender que siempre había un precio que pagar. Y ese era el maldito problema.
En su interior existían dos dimensiones. Cuando se miraba en el espejo veía oro, diamantes, noches de estrellas y lunas llenas que iluminaban todos los caminos, veía oasis en los desiertos, océanos y mares calmados donde todo fluía. Sin embargo, a través de sus ojos también podía observar olas gigantes que arrasaban con todo, tormentas, gritos de auxilio, bombardeos, hipocresía, represión, dictadura, abusos y corazones rotos. La belleza y el caos. Esas eran sus dimensiones y su único objetivo presente era encontrar el equilibrio entre ambas cosas. Sonreía cuando se daba cuenta de que en realidad era lo que le daba sentido a estar viva. Abandonar el objetivo era abandonarse a sí misma. Todo lo importante sale del corazón y eso África lo demostraba todos los días. En el fondo, estaba orgullosa de su nombre y lo usaba como metáfora de su existencia pero el universo que llevaba dentro no era fácil de explicar. O conectabas o pasaba desapercibida.
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