La llamaban loca, los más crueles torcían las bocas sarcásticamente, los críos en su inconsciencia, traveseaban al coro con esa palabra cuando ella aparecía. Los más cultos y asépticos la despachaban con un "está mental". Los más viejos, y de ellos, sobre todo ellas, bajaban los ojos como impulsados por una gravedad de tristeza y conocimiento, y arbitraban la realidad con una sentencia de suspiro: "Todo tiene un límite."
Fue renqueando mientras llevaba en un capazo quilos de ropa sucia al lavadero. A la altura de la escuela sintió flojera en las piernas y posó el gran barreño. La nostalgia y el dolor, le subieron por el cuerpo como si estuviera detenida encima de un hormiguero de maldad. Desde el interior del aula una niña la señalaba a través del cristal. Las demás alumnas interrumpieron sus tareas para contemplar a la antigua maestra. La monja en su función de docente reprendió a las crías, y éstas volvieron a sus quehaceres. La mujer represaliada extrajo del bolsillo de su bata una tiza y la besó, lo hizo con la misma fe y esperanza con que besaría un creyente un crucifijo.
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