Alex apareció nuevamente. Pensé que podría tenerlo a raya una vez que empezara mi tratamiento, lo cual había resultado. Había logrado que se desvaneciera. Creo que ya iban cerca de cuatro meses desde que le había dicho adiós, pero volvió apenas bajé la guardia y olvidé mi tratamiento. Es lo que me gané por dejarme estar y haber bebido como si no hubiese un mañana la noche anterior; pasé de largo la hora de mi medicamento al no escuchar la alarma. Lo peor de despertar no fue esa resaca que destruía mi cerebro como si tuviese un hacha atravesada en mi cabeza, sino el miedo que sentí al ver a Alex de pie frente a mí. Entre el dolor de cabeza y escucharlo hablar, creí que estallaría en ese mismo momento. Levantarme de la cama fue un suplicio, el mundo giraba a mi alrededor y Alex se reía al ver mis inútiles esfuerzos por caminar en línea recta en dirección al baño. Esa carcajada retumbaba por todos lados. No sabía si me convenía tomar mi medicamento ahora que estaba atrasado con las horas, o esperar a que fuera el momento para mi siguiente dosis; esto significaba soportar a Alex por un buen par de horas. Dudaba si podría resistirlo, pero me decanté por la segunda opción al recordar que mi doctor me había dicho que los medicamentos se debían tomar rigurosamente en su horario definido, de lo contrario podía tener efectos de una sobredosis. Quedaban cerca de cuatro horas para tomar el siguiente medicamento, tendría que poner a prueba las técnicas que he practicado con mi psicóloga para poder sobrellevarlo. La primera hora y media resultó sencilla, escuchaba como me hablaba casi sin detenerse para respirar, pero pude ignorarlo. Para cuando había llegado a las dos horas, parecía que se había aburrido, ya que caminaba sin dejar de observarme, como un león enjaulado. Se mantuvo así por un buen tiempo, creí que me atacaría; por suerte no fue así. Cuando fui a comer algo para revivir de mi resaca, Alex decidió volver a molestarme, esta vez comenzó a gritar al ver que había logrado ignorarlo por tanto tiempo —incluso yo no lo podía creer—. Me preparé un sándwich, el hambre me estaba matando, y ahí fue cuando la agresividad aumentó, pues Alex intentó golpear el plato que transportaba en la mano derecha, teniendo un resultado inesperado para ambos: el plato se mantuvo intacto. Su mano no me podía tocar. Al observarlo pude ver la impotencia que había en su rostro por haber sido incapaz de llamar mi atención, sabiendo que le quedaba poco tiempo para desaparecer nuevamente. Viendo esto, no pude evitar sonreír y reí, reí hasta que fue la hora de mi siguiente dosis. Cuando sonó la alarma, fui directo hacia el baño en busca de mi medicamento y antes de tomarlo me dirigí a él:
—Adiós, Alex. No creo que nos volvamos a ver.
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