lunes, 4 de mayo de 2020

samarvi "el descontrol"

La mente es un extraño agujero negro, que se abre en tu cabeza y contamina el corazón, llena el alma de un vacío inerte, porque ¿qué queda luego de un fracaso?, la culpa, esa maldita que se pega como brea en cada célula, en cada molécula, en cada espacio que queda libre, que te persigue como una sombra esperando una leve señal de luz para apagarla.

Así describo mi mente doctor, así siento en mi cabeza, y supongo que así la ve usted por mi actitud, porque de mi boca no puede salir más que una frase desesperada de auxilio y de mis actos movimientos torpes que en lugar de enderezarme me hunden más, la carga es muy pesada, pero no puedo deshacerme de lo único que le ha dado sentido a mi vida y es el ser la mejor.

Siempre, y gracias al temor que le tenía a mi padre, he seguido las reglas, por lo que en cada lugar donde trabajo siempre me llaman la "juiciosa", así fue en el colegio, y en la vida, no estuve en fiestas, no bebí, ni fumé, ni siquiera un novio que mi familia no aprobara por eso a pesar de sentirme enamorada lo negué, el orgullo de mis padres.

La vida me ha cobrado eso, si así puede decirse no solo la soledad se ha convertido en mi compañera, en mi decisión de vida, sino que ahora que estoy próxima a cumplir cuarenta me pregunto si ha valido la pena, he venido aquí porque estoy cansada, cansada de fingir lo que no soy, cansada de pretender acoplarme a todos, cansada de ser fuerte en cada situación porque así debe ser, cansada de que el mundo se aproveche de mi condición, el ponerme como meta siempre ser la mejor me ha costado grandes sacrificios emocionales pero nadie me paro, nadie me dijo que podía equivocarme ni nunca nadie me lo impidió, solo han sido más y más exigentes.

Hoy no resistí más el acostumbramiento a dar y esperar siempre lo mejor, eso se convirtió en un defecto insoportable, en una miserable enfermedad mental que ya no me deja dormir tranquila que no me procura descanso, que solo le proporciona a mi ego un alimento temporal tan escaso que me da vergüenza admitir el poco concepto que tengo de mi misma.

Se me enseñó a ser la mejor, se me aplaudió cada logro a tal punto que fracasar no existía en mi diario vivir y las veces que ha sido inevitable se me ha condenado incansablemente, yo misma lo he hecho y aquí estoy esperando por primera vez en mi vida aprender a aceptarme.

Soy un molde, un molde hecho a la medida de cada ser que ha pasado por mi vida, un molde con miedo de crear su propio camino, de equivocarse, de caminar bajo la lluvia sin un paraguas, de besar a un chico por que le gusta o de irse porque sí, soy un formato cuadriculado lleno de exigencias consigo mismo, lleno de exigencias para los demás.

Hoy salí corriendo de mi vida de logros, del egocentrismo barato que me ha dado un triunfo innecesario porque en realidad no soy feliz, he cambiado la vida de muchos, le he dado alegrías y logros a otros, he ayudado, me he malgastado y he vivido por otros y ahora quiero hacerlo por mí.

Agaché mi cabeza y lloré como hace mucho tiempo no me lo permitía, las lágrimas brotaban solas, no podía contenerme todo el grupo me aplaudió por primera vez allí en ese círculo me sentía liviana, honesta, aceptada, era yo como una niña gritando atención, haciendo pataleta por un poco de comprensión, pero había un paso más grande que debía dar luego de mi confesión y era aceptarme a mí misma pero por algo se empieza.

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