lunes, 4 de mayo de 2020

Pastillas Mágicas

Hoy de nuevo, desperté súbitamente al escuchar las cálidas palabras de una mujer. Es una peripecia iterativa que sobreviene desde hace un difuso tiempo, que no recuerdo con claridad cuando inició. Es como un sueño que ocurre noche tras noche, donde de la nada, escucho una voz; no es aterradora, más bien relajante, su matiz serena mi ánimo y su caricia alivia mi cuerpo y espíritu. Puedo sentir su cálida mano rozando mi cabeza mientras la voz asalta mis sentidos, no logro razonar lo que expresa, por más que me concentro no consigo decodificar el mensaje. Solo sé que cuando la escucho todo mejorara, la seguridad retorna, los temores se ausentan, la tristeza desaparece y en su lugar, tranquilidad y alegría se adueñan de mi existencia. 

La suave voz marca el inicio de mi día. Es la rúbrica para abandonar el tálamo y emprender la faena. Con entusiasmo y gozo me levanto de mi lecho, aseo mi cuerpo, lo trajeo, lo perfumo… Bebo el café que mi señora ha preparado, saludo a mis pequeños hijos, los abrazo y les digo cuanto los amo. Beso a mi esposa, me despido y salgo de la casa 
con destino al trabajo. Una vez en la oficina, ordenada, limpia, procedo a iniciar mi faena, el objetivo, ayudar a la mayor cantidad de personas que pueda. Luego regresa la suave voz, concibo un poco mejor el mensaje: -¡Bien hecho, otro buen día que le ganaste a la vida!-. Su dócil caricia, y a soñar relajado para recargar energías, y esperar la voz que me despierte, para iniciar un nuevo día. 

Como todos los días, la voz anega mis oídos y aterroriza mi descanso. 

Como todos los días, la palabra me despierta; pero esta vez, pude entender que decía. La suave voz anunciaba: -"Es hora de tu medicina. 

¡Salud para la mente!"-. Unas cuatro pastillas recetadas para la esquizofrenia, la epilepsia, la depresión y la fatiga, acompañadas con agua sódica azucarada, en reemplazo del café preparado por la camarera. Con un suave meneo de cabeza saludos a mis vecinos más jóvenes, que de haber sido promiscuo, podrían ser mis hijos. Sobre la frente de la enfermera poso un tierno beso mental, y con similar acción, recorro la habitación, casi vacía, hasta el rincón más cercano y allí, parado frente a la tridimensionalidad de las paredes, comienzo a deambular en un mundo de fantasías, con personajes ficticios, con necesidades reales que las hacen tan veraces como mis pesadillas. 

Divago entre tantas y raras situaciones que finalmente no se distinguir cuál de mis dos realidades es la colectiva; si la primera, donde aún tengo familia, o la segunda, con las carnavalescas y amadas píldoras. 

Por eso prefiero no pensar, y solo dedicarme a vivir los días tal cual me los presenta la vida; conviviendo con mi amada familia, haciendo el bien a todo quién lo solicita y, disfrutando de la serenidad que me genera, mis puntuales y mágicas pastillas...

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