Carlos había dejado de hablar. Sólo tenía seis años, pero ya llevaba casi dos mudo, en su mundo. Le aparecía el mal humor de vez en cuando, algún arrebato de violencia cuando pretendía que hiciera algo. Mientras tanto, parecía un niño normal, aunque eso sí, sin articular palabra.
María, me dijo el doctor Riquelme, tu hijo tiene buena salud física. No le hemos encontrado nada en las pruebas realizadas. El escaner no revela ningún signo de haber padecido lesión cerebral. Debemos de pensar en algún trauma psicológico, algo que haya sacado a flote el mecanismo de defensa de Diego. Prefiere quedarse en su mundo de silencio para no ser parte del mundo real. Dime, ¿qué pasó hace un par de años?.
María se quedó pensando, hace un par de años... Antonio no aguantaba la situación. Tenía un hijo que había nacido con una anomalía física. Tenía los brazos más cortos, aunque eso no era problema para que se desenvolviera de manera normal. Antonio le gritaba mucho, demasiado, y a mí también. Llegaba incluso a insultarle, ¡monstruito!, le decía. Teníamos grandes broncas por este motivo.
¡Yo tengo veintisiete años y me queda una vida entera por delante!, ¡no tengo porque cargar con un inválido toda mi vida!, decía.
Un día Diego, mientras nosotros estábamos gritando, se puso a temblar, con convulsiones, a gritar él también. Me asusté mucho. Antonio se fue dando un portazo. Cuando Diego se calmó ya no dijo ni una sola palabra.
Antonio volvió un par de días después, pidiendo perdón. Se disculpó diciendo que él esperaba tener un hijo ¡normal!, pero que desde que nació Diego, lo estaba pasando muy mal.
¡Que lo estaba pasando muy mal!, decía. ¡Será mal nacido.!.
Después de tres días en casa, viendo que la relación de Antonio con Diego iba a peor, que no asumía que ahora no hablase, le enfurecía más. ¿Qué, ahora el niñito está mudo?, además de lisiado se ha vuelto tonto.
Ya no aguanté más. ¡Antonio, vete!. No quiero verte más. Déjanos vivir en paz, le dije, la salud mental de tu hijo y la mía necesitan descanso.
Ayer fue el cumpleaños de Diego, cumplió ocho y todavía no había dicho palabra alguna, o eso era lo que yo creía.
La madre de Delia, una vecina del barrio con la que nos vemos en el parque me dijo que su hija le contó que ayer, en la fiesta de cumpleaños que hicimos, cuando le dio un beso a Diego para felicitarle, mi hijo se le quedó mirando y le dijo muy flojito, ¿me puedes dar otro beso?. Delia se lo dio y, me dijo, él le sonrió.
Después estuvieron jugando un rato en el jardín, corriendo y, aunque él no gritaba ni decía nada, cuando descansaban sentados juntos, si que hablaban los dos.
La magia de una niña, con un beso sincero, ha traído la tranquilidad al corazón de mi hijo.
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