lunes, 4 de mayo de 2020

El sol

12 de la mañana. Salgo a la calle buscando esos rayos de sol de mediodía, que me recuerdan al vermú y a las risas con olor a oliva. Los rayos de aquel momento en el que la palabra normalidad bañaba todo sin necesidad de ser invocada. A las sonrisas sin manchones en el horizonte, sin el peligro de la luz y la sombra jugando al escondite en mi cabeza. A los días en los que las nubes eran elementos del cielo que nunca habían posado sobre mí su nebulosa de azar y capricho.

Hace tiempo que los rayos del sol ya no son lo que eran. No los veo como un elemento externo del que disfruto con una bocanada de aire fresco que invade toda la parte superior de mi torso. Los rayos están ahí, pero no soy capaz de sentirlos como míos. Me limito a despertarme un día más y a esperar. Espero la sensación, el efecto de un químico, espero qué pasará dentro de mi cabeza, espero a ver qué sentimiento de un complejo proceso emocional predomina y cuánto dura sobre la comisura de mis labios. Querría volver al sol sin condiciones, pero no sé si puedo dejar que penetre en mi piel como si nada. No sé si ese rayo de sol todavía me pertenece, o si está reservado a unos pocos. A esos para los que la palabra normalidad tampoco tiene necesidad de existir, igual que le pasaba antes al juego de palabras de mi lengua y mis dientes.

No entiendo por qué el sol no puede bañarme a mí también. Por qué la sombra me ha señalado, y ya no abandona mi figura. Me pregunto si los rayos han decidido que no me había portado lo suficientemente bien, como un niño que espera su regalo de Reyes. O si soy yo el que ha dejado de creer en su luz brillante y esperanzadora. A lo mejor es eso lo que me ha pasado. Me han situado tantas veces en el espejo que solo refleja mi sombra gris, que se me ha olvidado ese resquicio anaranjado que entraba por la rendija de la ventana. Quizás, si me pongo en pie y miro por la mirilla, todavía lo puedo ver.

La sombra que todos habían puesto sobre mí es la culpable de que ahora sí sepa el significado de la palabra normalidad. De que sí la pronuncie. ¿Sabéis lo que es la normalidad? La que nos da ese sol del mediodía que baña a todos por igual. Llega con que yo quiera salir a la luz. La sombra que se me ha impuesto se irá poco a poco cuanto más naranja sea la luz que llega a mis pupilas a través de la rendija estrecha. Cada vez se hace más ancha, cada vez me desprendo un poco más del tono grisáceo. El sol me acaricia como antes. Los rayos solo estaban escondidos en las páginas internas del diccionario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario