lunes, 4 de mayo de 2020

La voz

Tenía el pomo de la puerta en la mano, pero entonces él hablo:

- No puedes salir 

Pregunté porqué

- Dios te aplastara si dejas la habitación, dijo en un susurro agregando con tono burlón 

¿Quieres ver?

Antes de que le respondiera, la puerta se abrió con fuerza, mostrando el pasillo que ya me he acostumbrado a ver. 

- ¡Voltéate! Ordenó la voz

Me di vuelta y observé que el teléfono estaba suspendido en el aire. Repentina y violentamente comenzó a moverse hacia el pasillo. EL cable se rompió, el aparato salió disparado. Sin poder respirar miré fijamente lo que sucedía, vi que había quedado destrozado, hecho nada en el piso. 

- ¿Viste? Solo quiero protegerte

Me puse a llorar como una criatura, en ese momento el teléfono sonó con insistencia

Ring, ring, ring…

- Deberías atender. Si lo piensas mucho tal vez se interrumpa la llamada

El aparato dañado se acercó a mí arrastrándose por el suelo. Apenas entró en la habitación lo sujeté con fuerza, en silencio, los restos de teléfono permanecieron mudos también. 

- Oh, seguro era uno de esos ociosos que les gusta perder el tiempo, dijo la voz

En mi confusión tomé una revista de la mesa y la arroje afuera. Apenas toco el piso, todas las páginas se desgarraron. 

- ¿No me crees?

Hice lo mismo varias veces, muchas. Todo lo que tocaba el piso del pasillo quedaba desintegrado. Salté y cerré violentamente la puerta, trate de calmarme y dejar de temblar, en el esfuerzo, caí al piso como un muñeco desmembrado y sin voluntad propia. 

- Está sucio acá y estas llevando tu mejor camisa

Le pregunte porqué

- ¿Porqué qué?

¿Porqué no puedo salir?

- ¡Pregúntale a Dios, yo no tengo el control! respondió la voz con ironía

En ese momento se escuchó un sonido apagado, como resortes descompuestos rosando metal, alguien tocaba el timbre. Permanecí inmóvil. Volvieron a tocar. Con gran esfuerzo logré sentarme al tiempo que secaba mis ojos con la punta de la camisa. La puerta se abrió de golpe y vi a Elisa, la joven asistente social. Una mezcla de alivio y vergüenza me invadieron. 

Me observó durante unos minutos, luego se acerco despacio. Preguntó con voz serena y pausada qué me había pasado. No respondí. Me tomó de la mano animándome a levantarme mientras sonreía con dulzura y comprensión. Decidida y segura me sostuvo y juntos salimos para dirigirnos como todos los jueves, al Centro de Salud Mental de la localidad. 

Cuando salgo son Elisa me siento protegido de las miradas impertinentes, como fuera un vecino más y no el joven extraño al que la gente esquiva con frecuencia. ¿Cambiaría algún día mi situación? Elisa dice que llegará el momento en que las personas como yo seremos tratadas con igualdad y respecto. Por ahora solo tengo los "jueves mágicos" como los llamo, para experimentar la sensación de ser solo un chico normal. 

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