Desde que mamá falleció, papá comenzó a andar más deprisa.
Siempre iba corriendo y despeinado.
Parecía que quisiera llegar antes de que ella se marchara, abrazarla fuerte y no dejarla ir. Es lo que tiene el amor con mayúsculas.
Sin embargo, el día que cumplíamos el segundo aniversario de la muerte de mamá, papá comenzó a caminar más lento y con los brazos lánguidos como corbatas a medio componer.
Huérfano de prisas, sus carreras se han convertido en lentas divagaciones por el salón.
- Es Parkinson – nos ha dicho la neuróloga.
Yo no dudo de su diagnóstico, pero prefiero pensar que la serenidad que transmite la mirada de papá se debe a que ya no tiene que correr, que ha conseguido alcanzar a mamá y vuelven a estar juntos de nuevo.
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