La guerra pasó un momento por esta ciudad. Las casas permanecieron intactas, pero había que reparar las escaleras. La gente se había vuelto más hospitalaria; era una forma de decir gracias que la guerra no la afectó. La ciudad era igual de gris, excepto el día de la coronación de Santa María, cuando todas las calles estaban decoradas con cruces.
Ese día, el Coronel se despertó con una sonrisa en su rostro que no había aparecido allá durante tres años. Se vistió apropiadamente e incluso encendió la radio que no había escuchado desde su entrada al frente. ¡Qué asusto reconocer los apellidos de sus amigos entre los muertos, qué temor le inspiró una cajita de metal con antena! Desde entonces, no la encendió. Y hoy, en el día festivo, el Coronel decidió comenzar todo desde cero. De buen humor, salió de su discreta y oscura casita - el Coronel, al regresar de la guerra, rompió las lámparas y viejos marcos fotográficos para no recordar de su hermano cuyo cuerpo fue desgarrado en la guerra.
En la calle había mucha gente, se reía, el sol estaba arriba en los cielos. El Coronel dio un paseo, observando a los niños, entró en un café y pidió la sopa más barata. Estaba tan complacido consigo mismo y con la sopa que incluso pensó en casarse, tener hijos y otras tonterías que calmen el alma. ¿Y si tiene suerte de conocer a una mujer decente?
Satisfecho, entró en la noche cálida y malvada. El cielo ya se había oscurecido, y le pareció a alguien que en la plaza había poco de luz. Un grupo de adolescentes atrevidos decidió organizar un fuego artificial.
BOOOOOMM!!!
Su corazón saltó a su garganta y se le hizo difícil respirar. ¡Atacado de nuevo! - entró por su cabeza. El sudor frío apareció en su frente. El ruido de la bomba todavía sonaba en sus oídos. ¿Quien podría ser? ¿Estadounidenses? ¿Alemanes? ¿Soldados soviéticos? El retrocedió. A su alrededor había demasiado ruido, mucha gente, gritos, heridas, guerra... Y de repente comenzó a gritar frenéticamente: ¡SÁLVESE QUIEN PUEDA! ¡CUBRAN LAS CABEZAS Y CORRAN! Poco a poco, sus gritos se convirtieron en histeria. El Coronel lloraba, gritaba algo inarticulado sobre los alemanes y le pedía a Dios que lo ayudara. La gente se agolpaba a su alrededor, solo mirándole o riéndose en voz baja, y una niña de siete años le preguntó a su madre: Mamá, ¿ese señor está loco o qué? No le hagas caso, cielito, es un alcohólico callejero. El Coronel seguía lanzando un ataque, la gente sentía pena por él. Dos jóvenes, que estaban cansados de todo este circo, se acercaron al Coronel y lo patearon. Entonces otra vez. "Ya está", pensó el Coronel. "No cumplí con mi deber, no defendí mi Patria". Y la furia solo llenó a los dos tipos, y ya con todas sus fuerzas golpearon el cuerpo del pobre Coronel. "No fue en la guerra que soñaba con morir..." El Coronel suspiró por última vez.
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