—Hola, ¿cómo te llamas?
—Hola, Alberto, ¿y tú?
—Yo soy Luis. ¿Por qué estás tan solo?
—Porque nadie quiere jugar conmigo.
—A mí me pasa igual. Me llaman gordo y se ríen de mí.
—Tienes una pelota.
—Sí, pero soy muy malo. No corro como los demás. ¿De ti también se ríen?
—A veces.
—¿Por qué? Tú no estás gordo.
—No soy como ellos.
—Yo te veo igual. ¿Quieres jugar conmigo?
Alberto miró a su alrededor. La zona de recreo del parque estaba llena de niños. Un poco más allá, en la hierba, otros jugaban al fútbol.
—¿No prefieres jugar con ellos? —preguntó, señalando la algarabía de gritos en torno a un balón, que circulaba de forma imprecisa.
—No, quiero jugar contigo —dijo, pasándole la pelota.
Alberto se incorporó del banco en el que estaba sentado y recibió el balón con cierta torpeza. Se la devolvió a Luis sonriendo.
—¿Mañana estarás aquí? —preguntó Luis al despedirse, una hora después.
—Es probable.
—¿Querrás jugar conmigo otra vez?
—Si estoy, seguro.
Luis cogió su bicicleta y comenzó a pedalear con la pelota en la cesta. Dijo adiós con los gestos de su mano y se dirigió hacia el final del parque, donde vivía.
Varias semanas y decenas de encuentros después, Luis se despidió entristecido.
—Mañana no podré venir.
—¿Y eso? —preguntó Alberto.
—Le hablé a mamá de ti.
—Entiendo. No quiere que volvamos a jugar, ¿verdad?
Luis lo miró avergonzado.
—Dice que sabe tu historia y que no me junte más contigo —bajó la mirada al suelo.
—Te habrá contado lo del centro de salud mental, ¿no?
—No. Solo prefiere que juegue con los otros niños, que eres diferente, pero no entiendo por qué — encogió los hombros—. ¿Qué es el centro de salud mental?
—Es el lugar donde llevan a los «diferentes», a los que no nos comportamos como la mayoría.
—¿Te refieres a los raros? ¿Como el niño de clase de primero, que se daba golpes contra la pared?
—Supongo —respondió algo dolido—. ¿A que nadie jugaba con él?
Luis reflexionó durante un momento.
—Tienes razón. Nunca lo había pensado. Pero tú no te comportas así.
—A veces sí. ¿Recuerdas hace un mes, que estuve una semana sin venir?
—Sí. Fue la gripe, ¿no?
—Eso te dije, pero mentí... Estuve ingresado. Me dio un brote.
—¿Un brote?
—Así lo llaman los médicos. Es cuando me comporto raro, como tú dices.
Se hizo un silencio. Entonces Luis levantó el rostro iluminado.
—¿Sabes una cosa? Eres mi amigo y mañana volveré. Mi madre no averiguará con quién juego. Lo único es... —dudó—, que no te podré invitar a merendar a casa.
—No te preocupes —sonrió Alberto—, sería raro que invitases a alguien de diecisiete años a merendar.
Le frotó el pelo a modo de alegre despedida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario