Caminando sobre guijarros en las orillas de un arroyo del norte, pensé en ti como si te hubiera conocido en otra vida. Tuve evocaciones de lo que fue tu boca y me sonrojé de solo pensarlo. ¡Que ojos y suaves pómulos!, pero, por increíble que parezca, no lograba recordar tu rostro completo. ¡No era posible! Parecía que solo podía recordarlo por partes. Lo que comenzó como algo preocupante, terminó como la más devastadora entre todas las penas. Por eso, antes de que te olvidara definitivamente, decidí dejarte una carta en lo alto del estante. Confieso que me sentí culpable cuando toda confusa me comentaste, que no la habías encontrado, así que no tuve otra opción que parafrasearte lo expuesto en la misiva, palabras más, palabras menos, algo como esto decía: "Quisiera ser el hombre que desenvuelve el papel y deja el regalo en su regazo a la espera de que una brisa otoñal se lo lleve de repente y lo pose en tus brazos. Aquel de sueños rotos que se levanta por las noches a tomarse el café del mediodía, mientras conversa con el eco que dejó tu voz en la esquina de su cuarto. Quisiera ser el extraño personaje de camisa deshilachada que acaricia las sombras cuando se sientan en la cama y danzan al son de una marchita tonada. El mismo que dice que tiene ojos, pero no mirada, y espera paciente que las cenizas de su ser, terminen de humearse para como el ave, anidarse en medio del paraíso de tus pechos. Quisiera ser tu todo y tu nada bajo esta luna que nos mira con su cara enlutada. Quiero eso y más, pero ni siquiera sé bien dónde estás. Casi no logro verte".
Al final, con resignación, confirmé mi sospecha, entendiendo que no fuimos nosotros los traidores, fue mi deteriorada mente, donde continúo caminando sobre guijarros en las orillas de un arroyo.
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