Lo conocí un día de marzo en el que no esperaba hacerlo.
Lo supe distinto, tenía aroma a eso. Era particular, y es que en cierta forma yo también lo soy. Me encontré preguntando más de una vez si hay alguien que no lo sea.
Nuestras conversaciones estaban teñidas de colores, texturas y llegábamos hasta palpar aquello que el otro describía. Me encontré amándolo, y me sumergí en un mundo que se volvió muy íntimo.
No pasó mucho para darme cuenta que había mas cosas por descubrir, pero que esas no gustaban tanto. Decidí elegir, decidí compensar, decidí aprender y acompañar.
Descubrí otro mundo, el que si bien conocía de su existencia cuando se hace piel se comprende desde otro lado. Y seguí eligiendo, y luchando y queriendo.
Tuve la fortuna de vivenciar momentos absolutamente mágicos y emociones vibrantes y maravillosas. Y al mismo tiempo que se sucedían era evidente que la parte que no era susceptible de llamar disfrutable, opacaba a muchos de ellos.
Lo hablamos, se conversó. El concepto de salud mental tomó luz y entendió, pero después no tanto. Yo traté de acompañar, porque sabía que una parte de él estaba absolutamente ligada a la otra.
Fue así, donde comprendí que cada uno es un hermoso conjunto de muchas o no tantas cualidades y características y que al mismo tiempo que amamos aquellas que nos deslumbran, y si es que estamos dispuestos a hacerlo, podemos llegar a aceptar las que de luz no tienen nada.
Aprendí. Agradezco esa magia maravillosa, esos momentos sin igual y los sentimientos tan intensos que hasta vivencié de ratos que el cuerpo parecía quedar pequeño para tanto.
Empecé a ver que no era el único, y que al conjunto del que hablé, lo tenemos todos. En algunos son evidentes, en otros no tanto. Unos necesitan ayuda y otros acompañan. Fue él, pero pude haber sido yo. Y pensándolo una vez más y como cada vez que lo hago, agradezco. No soy la misma, sólo puedo ver cuánto gané y aprendí, y amo que así sea.
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