Aunque tu madre te ordenó que nunca lo mencionaras a nadie, de niña te acompañamos y te mostramos el camino. Tus amigos eran las muñecas con que hablábamos. Es cierto que muchas veces sufriste el rechazo de la gente que te rodeada, te llamaban distraída o extraña. Pero tu vivías en castillos llenos de fango. Los limites no existían para tu imaginación. Te sentías rechazada y gracias a eso viste más allá de lo superficial, encontraste belleza donde otros sólo veían fealdad, sentías atracción hacia lo diferente porque te hicieron creer que sólo lo normal era hermoso. Al principio te daba miedo, pero todo aquello se desvanecía cuando podías descifrar el canto de las mariposas. ¿Querías ser como los otros? Inclusive muchas veces intentaste renunciar a tu don. Con la adolescencia los medicamentos trataron de callar esas voces que brotábamos de los mares de tu cabeza. Te costaba mantener una relación amorosa porque tenías un séptimo sentido desarrollado en tu mente con el cual podías sentir la maldad. Los hombres que te amaron lo hicieron con ternura porque siempre fuiste romántica y soñadora, una cualidad difícil de encontrar en una mujer de esta época. Poco a poco nos fuiste aceptando. Tuviste recaídas, es cierto, lloraste en silencio, y otra vez querías ser como los otros. Pero nosotras siempre te dimos consuelo y un mago te brindó la mano cuando ya no había salida. No eras buena en matemáticas, pero si en literatura y arte. Le tenías miedo a la luna llena porque siempre te arrastraba hacia la tristeza, pero gracias a eso aprendiste a tejer poesía. Los medicamentos se volvieron parte de ti, por fin los aceptaste. Un día dejaste liberar todas las voces que vivíamos encarceladas en tu cabeza, esas que te convirtieron en una actriz, así brillaste debajo de un reflector, hiciste reír y llorar al público. Nosotras que vivimos dentro de ti, te podemos asegurar que tocamos el cielo con cada aplauso. Te liberaste y entonces permitiste que las voces se convirtieran en gritos de personajes que suplicaban vivir, trenzaste historias para aliviar la soledad de otros. Otros que, como tú, se sentían identificados con tus relatos. Regalaste vida en muchas hojas de papel. Aunque sigues tomando los medicamentos, no es fácil, pero con el tiempo te diste cuenta de que hay misiones de las que no puedes escapar, porque sería como renunciar a tu esencia. Nos convertimos en aliados indomables de tu creatividad. ¿Ya vez? No era tan malo. No se puede llamar trastorno al exceso de creatividad. Una parte de ti nunca creció, rechazaste la rutina y rompiste el reloj del inclemente tiempo. Aquellos murmullos éramos las musas que nacimos a tu lado para escribir lo magnifico, cruel, pasional, fantástico y surrealista de la vida. Nosotras somos la inspiración de tu mente libre y juntas sin ataduras, bailamos, reímos, sufrimos, vivimos intensas y nos arropamos de la terrible adultez.
Mientras en cada libro y escenario dejamos un legado de Ángela y sus musas.
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