lunes, 4 de mayo de 2020

Mis conversaciones

Esa madrugada, con lágrimas escurriendo por mi rostro como lluvia sobre el tejado, me había rendido ante la impotencia de la realidad. Ya estaba cansado de reprimirlos y los deje romper el silencio. El primero en hablar fue un joven ansioso. Contó que a sus once años un vecino abusó de él y desde ese día perdió la voluntad de ir al baño. Aguantaba hasta hacerme en los pantaloncillos. En el colegio todos se burlaban y no entendían lo que le pasaba. Sus compañeros caminaban a su lado disimuladamente para olfatearlo y comprobar que olía a mierda. La profesora lo hacía a un lado y al reprenderlo lo humillaba frente a todos. Entonces, un niño bipolar de unos trece años lo interrumpió para decir que él nunca haría eso si lo dejaran volver a la escuela. Sentado en la camilla, mientras se hurgaba la nariz explicaba que eso era ignorancia y falta de compasión. –Nos hacen a un lado porque nos tienen miedo. –dijo un hombre mayor–. Dicen que estamos locos, pero quien soltó la bomba atómica fue un héroe y quien la inventó un genio –replicó el viejo. Por momentos, en una esquina de la habitación había una mujer quien permanecía callada y pensativa. Ausente. Y en otros instantes al frente suyo un hombre tan triste y deprimido que no quería parpadear. Las enfermedades mentales son etéreas. Intangibles, sutiles y a veces sublimes e inocentes. No tenemos la consciencia para definir si somos sanos o cuerdos. ¿No somos todos iguales? Los que me temían, los que se burlaron, los que me hicieron a un lado y me abandonaron, condenaron al niño ansioso que lanzó mil golpes, etiquetaron a la mujer autista y estigmatizaron al viejo matemático que cayó en depresión. De esta forma conocí a todas las personas que soy. Todas al mismo tiempo y cada una con sus propias razones para existir, su propias angustias, sus propios problemas y sus propias realidades. Aun así, todos tenemos algo en común. Somos una persona, un ser humano. Mis múltiples personalidades lloran y ríen igual que esa enfermera que me trae la medicina y charla conmigo. Sentimos y tenemos una vida. En ese momento una voz interior me dijo que no debía preocuparme. Me sentí liberado y a los pocos meses me dejaron volver a mi casa. Soy un paciente quien con el tratamiento adecuado ha aprendido a llevar una vida apacible, conviviendo y esperando no ser víctima de los prejuicios de una sociedad que discrimina a los que sufrimos enfermedades mentales. Necesitamos amor y comprensión, hechos que nos hagan sentir que somos valiosos. Ayúdennos a encontrar cual es nuestro propósito en la vida, acéptennos y usen lo que somos para el bien de nuestras familias y comunidades.

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