lunes, 4 de mayo de 2020

La lista

Cogió papel y boli y se sentó a escribir en la mesa del balcón.

Llevaba días intentando, sin mucha fortuna, dejar de fumar, beber menos y hacer deporte. 

Se preguntaba en que momento exacto empezó a sentirse mayor y desahuciada emocionalmente.

Estaba decidida a abandonar aquel aburrido y manido discurso de boicot interno para levantarse el castigo absurdo que se había impuesto desde que tenía uso de razón. 

Su salud mental llevaba demasiados años ignorada y era hora de comenzar el autocuidado y abandonar el autosabotaje.

Siempre se había sentido culpable. Culpable de su dura infancia, de su matrimonio fallido y de su depresión posterior. La mochila de la queja y el reproche ya le pesaba demasiado.

Había decidido ser feliz. Había perdido el miedo a no serlo. Estaba aburrida de las excusas.

Hizo dos columnas para escribir los pros y los contras. Había llegado el momento de cambiar las cosas que no funcionaban, por más que se empeñara en repetirlas con rituales absurdos y justificarlas con retorcidos y contradictorios juegos de palabras.

La vida la había parado en seco. Tenía la oportunidad de escucharse. Mirar hacia dentro de nuevo.

Nunca le había gustado la soledad, sus pensamientos rumiantes y catastrofistas hacían mucho ruido y no paraban nunca.

El vértigo ante la posibilidad de dejarse caer de aquel balcón la tenía atrapada.

Olvidó la inercia del día a día y tuvo que enfrentarse a lo que deseaba de verdad, mirando al abismo, desde aquella hoja en blanco. 

No quería dejarse para después. Estaba cansada de funcionar en piloto automático y sin ninguna dirección ni propósito, más que el de sobrevivir física y emocionalmente.

Por primera en vez en su vida había decidido priorizarse. Tenía una capacidad de sacrificio de manual. Era tremendamente empática y servicial. La vida tiene que ser otra cosa, pensó.

Decidió que quería invertir en ella. Darse una oportunidad. Los años cada vez le pasaban más rápido y no quería quedarse con las ganas de nada más. No podía ceder siempre.

Por primera vez, a sus 40 años, había aparecido una persona que no la necesitaba para nada pero la quería para todo. Alguien completo y en paz con quien construir algo sólido.

Había invertido la mitad de su vida en ser lo que los demás esperaban de ella.

No quería perder más tiempo pensando en que pasaría si no cogía ese tren. 

Tenía todo el derecho a volver a empezar.

Acabó su lista, la releyó y sonrió.

Lo haría. Cuando pudiera retomar su vida aceptaría la invitación de aquel hombre para vivir juntos en aquella casa de campo en Mallorca. Cambiaría de decorado y se convertiría en la persona que realmente era. Decidió ser su mejor versión, le pesara a quien le pesara.

Iba a aprovechar esta situación que la vida le había ofrecido para empezar de nuevo.

En cuanto pudiera coger ese avión, se compraría un bonito vestido e iría a verlo.

Así y solo así, todo lo superado, habría valido la pena. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario