martes, 5 de mayo de 2020

El ruido del silencio

Recuerdo lo rápido que latía mi corazón, me sudaban las manos, lo único que pasaba por mi mente era si yo podría matarla… antes que ella a mí.

—Eres un cobarde.

«¡Hazlo!, aprieta el gatillo —pensé—. Antes de que sea demasiado tarde».

—¿Por qué me haces esto? —dije en busca de esperanza.

—Te lo has hecho tú mismo… ¡bang!

Disparó. 

En ese momento desperté. 

Me dolía la garganta, probablemente había gritado, la mirada preocupada de mi hermano Gabe lo decía todo...

—¿Estás tomando tus pastillas, Adam?

—Era ese sueño otra vez —interrumpí—, pero estaré bien.

—Eres un buen hombre, recuérdalo.

—Ella me hace olvidarlo, dice que hice algo malo.

—¿Qué fue lo que hiciste?

—… No lo sé.

La agonía al caer la noche es inevitable. Sé que si cierro los ojos ahí está ella, intentando eliminarme, por algo que ni siquiera hice… ¿o sí?

Esas pastillas ayudan en mi salud mental, pero cuando sueño, el infierno comienza… y hoy, no fue la excepción.

—Te estoy mirando —susurró aquella mujer.

Le pregunto el motivo del porqué está ahí, se reduce a decir:

—Tú sabes la respuesta.

Mi corazón late cada vez más, veo el arma sobre su mano, siento la mía temblando… me apunta, le apunto… ¿me mata, la mato? En ese momento despierto, sin saber qué hice, no sé si yo merecía morir, tampoco si en verdad morí, no sé si la maté, o si al menos tuve agallas para hacerlo.

Cuando duermo, vuelvo a esa escena, casi siempre es igual. ¿Será que le tengo miedo a morir?, ¿por qué habré de morir si soy un hombre bueno?... ¿por qué habré de vivir si no me siento vivo?

«¡Tienes miedo!, Estás solo. Nos tiene a nosotros. ¡Escúchanos!, No los escuches. Dispara. No lo hagas, ¿Por qué lo hiciste?». Soy esclavo de mis pensamientos.

Hoy, Gabe me recibió con una pregunta inusual.

—¿Te has enamorado?

—¿Tú sí? —respondí confundido.

—… Enamorarse es uno de los actos más valientes, es entregarse, permitirle ver a alguien las espinas que tú ni siquiera sabes que tienes clavadas, eres vulnerable. Lo he hecho Adam, pero no de la persona correcta.

—Creo que nadie se enamorará de mí.

—¿Por qué dices eso?

—Porque yo no lo haría…

—La esquizofrenia no es un impedimento para amar.

—Pero sí para confiar, no confío en mí, a veces me desconozco.

—Ahí es donde entra el amor, creo que esos días en donde nos perdemos a nosotros mismos, necesitamos a alguien que nos regrese a nuestro camino.

Ahí lo entendí.

—Te estaba esperando. —dijo mientras bajaba su arma.

—Tengo miedo, ¿verdad?

—Tienes miedo a estar solo, vivir solo, y morir solo. Crees que por tu condición nadie te amará y por eso yo estoy aquí, para demostrarte que te equivocas, si no lo entiendes, no tengo más remedio que asesinarte. Porque yo soy tú, y tú mismo te estás dañando.

—¿Qué pasa si yo te mato?

—Sabes la respuesta… 

—Ya no quiero tener miedo.

—Hazlo Adam.

Disparé. 

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