lunes, 4 de mayo de 2020

La incertidumbre de aquel que ama

Deyanira encendió el radio que tenía en su habitación y le dio el máximo volumen. Apenas escuchó la balada cerró los ojos y comenzó a bailar. Lo hacía lento, con movimientos sutiles aunque un poco torpes. La danza era una de sus más empedernidas pasiones, claro, después de Jerónimo, el gran amor de su vida. Precisamente era él a quien Deyanira quería sorprender esa noche con una cena romántica. Se asomó al espejo e intuyó que debía arreglarse. Por eso cepilló hasta el desgaste su cabellera, tiñó sus labios de escarlata y se puso perfume, todo ello mientras tarareaba las canciones que escupía aquel aparato. Deyanira daba por sentado que sería una velada maravillosa.

Pese a que últimamente había dejado de cocinar, Deyanira, lejos de crearse complicaciones estólidas, se conformó con algunos panecillos y ponqués y una taza con té frío que había guardado de la merienda, los cuales acomodó en la pequeña mesa que reposaba en un rincón de la alcoba. A fin de cuentas, más que un menú tipo gourmet, lo que en realidad importaba era el buen gesto. Cuando estuvo convencida de que todo estaba perfecto para el encuentro, se sentó en la cama a esperar que su amado atravesara el umbral del dormitorio. 

Transcurría el tiempo y de su marido no se veía ni la sombra. Deyanira empezaba a desesperarse. De repente, alguien abrió la puerta. Aquella mujer se levantó incontinenti de la cama. La decepción apagó su mirada cuando comprobó que no era su adorado Jerónimo sino Tatiana, su hija, quien había llegado. Deyanira cayó de rodillas y explotó en llanto. « ¡Lo hizo otra vez, lo hizo otra vez, me ha dejado plantada!» gritaba desconsolada. El dolor del abandono la traspasaba como una lanza, dejando en su alma una herida insondable. Consciente de que no podría hacer mucho, Tatiana la estrechó entre sus brazos y le repitió hasta el cansancio que la amaba incondicionalmente y que todo estaría bien. Finalmente logró que se pusiera de pie, y con la mayor ternura le sugirió que ambas compartieran la mesa, ya que moría de ganas por probar aquellos ponqués que tan buena pinta tenían. Sorprendentemente, a pesar de su comprometida salud mental, Deyanira se sintió reconfortada y tuvo la sensación de que ya no estaría tan sola. 

Después de comer, y ya con mejor semblante, Deyanira le preguntó a Tatiana si su padre regresaría. La joven la contempló en silencio durante unos segundos. Entonces la tomó de las manos, y con un profundo sentimiento de amor y compasión a la vez le respondió: « Te puedo jurar que papá te ama como a nadie más en este mundo ». Deyanira sonrió y volvió a sentir dentro de sí un mariposeo de esperanza. De pronto, una de las cuidadoras del sanatorio entró a la alcoba y le notificó a Tatiana que ya debía marcharse. 

Pero a diferencia de su difunto padre, ella sí regresaría. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario