martes, 5 de mayo de 2020

En los despachos vacíos de mi corazón

Estimada Celia:

Cuando reciba esta carta ya no estaré aquí, los rumores eran ciertos y el Director de Recursos Humanos, apoyándose en índices, cifras y tablas, ha suprimido a los elementos superfluos de la plantilla. Así es como me ha llamado, superfluo, o sedimentario, no lo recuerdo muy bien, pero ha logrado que me identificase, de un modo sutil, con algo residual.

Siendo honestos, no me ha sorprendido, son cosas que suceden: cuando vienen mal dadas, son los tipos como yo los primeros en caer. Un cincuentón con enfermedad mental, al lado de esos jóvenes de marketing, parecía una muela picada. Aunque, no sé qué opinará, a mí esos chicos brillantes siempre me parecieron algo banales y, si me apura, hasta codiciosos. Y no lo digo porque inviertan en bolsa, o hablen constantemente de firmas de lujo, sino porque, cuando finaliza el día, pegados a sus móviles, tienen la misma sonrisa desdeñosa que exhiben por la mañana.

Lo que quiero decir, y perdone este preámbulo, es que lo excepcional, lo que no encajaba, era su actitud: siempre con una sonrisa deliciosa en los labios, mostrándose paciente y afable, sin escrutarme como a un marciano. No se alarme, no pretendo importunarla, ni darle la impresión de que soy un pelma: sólo quiero expresarle lo que siento y lo que, para qué fingir, nunca me atreví a decirle a los ojos.

Así que no tema que la vaya a fatigar con flores, o lágrimas y, mucho menos, con versos seniles. Lo único que quiero dejarle es esta carta ruinosa y confesarle que, suceda lo que suceda, aunque me envuelva la penumbra, aunque el mundo sucumba y se desmorone sobre mí, la seguiré adorando ciegamente. Y que mientras conserve un soplo de aliento –en mis polvorientos bronquios de fumador-, la seguiré añorando siempre, hasta que la enfermedad acabe, de un plumazo, con mi superflua existencia.

Pero hasta que llegue ese momento, hasta que se agote mi último suspiro, déjeme decirle, Celia, que la echará mucho de menos y también describirle cómo la evocará mi memoria feliz: taconeando suave, muy suavemente, en los despachos vacíos de mi corazón.

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