lunes, 4 de mayo de 2020

Como de costumbre

Fue la llamada un bofetón metafísico, seguida de la súplica que la dejó callada al instante, y, ahora, la espera de un chantaje. ¿Por qué he quedado?, quizás por costumbre, se dice, y resguardada del chaparrón bajo el paraguas espera. También porque ella fue tozuda. Hace frío, el viento serpentea entre sus piernas. Huele a moho. Odia el invierno.

La primera imagen que ve es una mujer con inexistentes dotes para caminar con tacones. Después, una cabeza erguida sobre una gabardina y el estropeado bolso bajo el brazo. Es ella, carraspea, huele a tabaco, Julia sabe que escondió el cigarro fumado a la mitad para acabarlo más tarde. Después del beso la cubre con su paraguas, aunque está calada, y le enhebra el brazo como obligada bajo amenaza. 

La cafetería llena, olor a tostadas, ruido de vasos de fondo. El ventanal de cristal hermético aumenta la sensación de calor. Distanciadas por la mesita, Julia remueve su culo en la silla. Sentadas frente a la barra ambas miran al camarero que, tras saludarlas por sus nombres, sabe lo que tomarán. Ella se retira con una mano unas gotas del flequillo que escurren hacia la empapada gabardina que no se quita, y despliega la otra para rodear la copa de ginebra, apresuradamente lanza un buche a su boca, y dos más. ¿No corres demasiado?, ahora Julia tiene un mentón curvilíneo apuntándole atiborrado de colorete y dos ojos perfilados en verde que parecen suplicar mucho antes de hablar. Prepara el terreno, se dice al rozar Julia sus labios con el canto de la taza caliente, y aunque ese pensamiento negativo no la asusta es cuando sí se arrepiente de estar allí. La necesita, otra vez, le dice ella escrutándola de manos a boca, y da el trago final, luego mira el chaparrón afuera, que continúa: No aguaaanto a eese…, su voz es aguardentosa. Julia vaticina lo siguiente que vendrá, y remueve apática su café. Que esconde sus naranjas y su mando de la tele, ni le habla, ¡que si no la cree!, grita, y vuelca la mesa. Julia no hace ningún gesto para recoger las cosas del suelo, al contrario, consiente que ella esté a gatas haciéndolo. Hay un arsenal completo de miradas, atónito. Julia sabe bien del arrebato: si no hace nada especialmente impactante, no le hace caso, si no le hace caso, no existe, y dista de sentirse escandalizada. Callada saca el móvil, Eese es tu nuevo cuidador, dice con voz calma, seis horas diarias pagadas por mí, y sin saber bien por qué piensa en el desgraciado momento que ella olvidará en pocos minutos, como olvida los miedos que la torturan. Llama al cuidador, Sí…, en la cafetería, paga los desperfectos, la sonrisa de despedida, abre el paraguas, Adiós mamá, cierra la puerta. Ella continúa murmurando, Se bebe mi ginebra, me roba dinero de la tarjeta, …y mis pendientes de oro con puntas de diamante, el reloj… han desaparecido… Julia, ¿no me crees?...

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