lunes, 4 de mayo de 2020

La mochila

Allí estaba yo, en aquel banco anodino donde me dejé caer exhausta tras abandonar la consulta de la Dra. Martín, la especialista que me atendió en la Unidad de Salud Mental a la que me había remitido mi médico de Atención Primaria cuando escuchó lo que a duras penas pude verbalizar, el día en que mi cuerpo dijo "basta" y mi mundo se hizo añicos.

Lo cierto es que no quería ir y la tentación de no acudir a la cita me rondó varias veces, no voy a mentir; pero finalmente me presenté, puntual, a las 9.30 a.m. Oí mi nombre y, obediente, me levanté de la silla de la sala de espera en la que me había hundido como queriendo mimetizarme con el mobiliario del hospital, en un vano intento de pasar desapercibida. 

- Hola, buenos días, ¿Amalia? -. La doctora tenía una voz grave, imponente, pero su tono transmitía amabilidad. 

- Sí, soy yo. Buenos días…- me oí decir apenas susurrando, mientras tomaba asiento. 

"Aún estoy a tiempo de largarme, no necesito esto", pensé. "¿Qué pinto yo aquí, si estoy muy cuerda...?". Pero no me fui.

- Cuéntame, por favor…¿qué te pasa?, ¿en qué te puedo ayudar? - continuó. Noté que sus ojos me escrutaban, como si quisieran adivinar la causa de mi sufrimiento.

Y hablé, vaya que si hablé. 

La fatiga, el insomnio recurrente, los innumerables dolores musculares, los temblores y náuseas, el perpetuo nerviosismo… y ese horrible bloqueo mental que muchas veces sumía mi cabeza en una nebulosa incapacitante… Tantos y tantos síntomas que, si bien se habían transformado por constantes, incluso en familiares, habían acabado por convertirme en la sombra de la persona que antes era, y que desgrané uno a uno, como si de un examen oral se tratase, ante su atenta mirada.

- En mi opinión, tienes un claro trastorno de ansiedad generalizada, agravado por el tiempo que has pasado sin recibir tratamiento médico. Dado tu estado, debemos hacerte también algunas pruebas que nos permitan descartar otras patologías que probablemente puedan coexistir. Va a ser un largo camino, pero no te preocupes, con un poco de ayuda "química", cambios importantes en tu vida y fuerza de voluntad, estoy segura de que mejorarás…- explicó pausadamente, emplazándome a volver a su consulta.

No logré escuchar nada más. Me despedí de ella y salí del hospital. Después, solo esa horrible opresión en el pecho -una vez más- y la visión del banco en el que me derrumbé mientras las lágrimas empezaban a brotar.

Ignoro cuánto tiempo estuve así. Y también por qué oí como un desconocido, que hablaba absorto por teléfono mientras paseaba, le decía a su interlocutor: - mira… no sé qué te pasa, pero sea lo que sea, piensa que es normal porque es humano, no hay de qué avergonzarse. Todos llevamos una "mochila" en esta vida. Preocupaciones, enfermedades, pérdidas… van llenándola. Se trata de aligerarla. Si te ofrecen ayuda, déjate ayudar... 

Creo que, desde aquel día, mi "mochila" es algo menos pesada.

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