lunes, 4 de mayo de 2020

Tabús

Mi madre por la mañana me despertaba y preparaba el desayuno, luego me hacía dos trenzas y me mandaba a la escuela; todo iba bien hasta que se aislaba del mundo y empezaba su soliloquio interminable, un siseo incomprensible e interior que la alejaba de mí. Yo interrogaba a los adultos sobre lo que le pasaba, e invariablemente me contestaban que eran "los nervios". Cuando empeoraba la llevaban a la ciudad. Pasado un tiempo regresaba al pueblo y volvía a las rutinas: hacía las tareas de la casa, cuidaba el huerto, atendía a los animales, y me contaba cosas mientras me peinaba. Algunas veces la mejoría duraba meses pero de repente, un día cualquiera, empezaba de nuevo a hablar sola, a gesticular con las manos, a mirarme sin reconocerme…, y de nuevo la trasladaban a ese "sitio" donde, según cuchicheaban los mayores, le daban "corrientes", entonces, yo, que no entendía nada, miraba la radio apagada encima de la mesa de la cocina, y me preguntaba si mi madre seguiría escuchando su serial favorito en ese lugar…

Mi hijo no tenía ningún rasgo físico que indicará que no estaba sano, todo lo contrario era atlético, ágil e inteligente; cuando empezó a manifestar los primeros síntomas quise expulsar los recuerdos de mi infancia y echarle la culpa a la adolescencia, a mí misma, a los otros… Luego, el sufrimiento aumento al mismo tiempo que las señales: oía las voces de su cabeza frecuentemente y las perseguía en viajes trepidantes -unas veces emergiendo de las aguas de ríos turbulentos y otras sumergiéndose en mundos ideales e irreales-. Apenas descansaba y en cuestión de segundos pasaba de gran estrella del rock a científico chiflado, de hijo amoroso al más tirano… Los doctores que lo atendían se cansaban pronto de sus discursos grandilocuentes: a menudo intentaba suplantarlos en cuestiones de medicina y farmacología. En las crisis agudas sus delirios se silenciaban con más medicación, ingresos o internamientos en centros especializados, entonces dejaba de ser él y se convertía en un autómata.

La loca de antes es el enfermo mental de ahora, y los viejos manicomios los hospitales psiquiátricos, distintos nombres para la misma soledad de unas personas que lo único que quieren es estar con sus familias, tener amigos, amar y ser amados. 

Quizás algún día los síntomas no se oculten como algo vergonzoso, quizá se descubran las causas que los provocan, tal vez se encuentre la manera de curarlos y a lo mejor las plantas de psiquiatría se humanizan…

Mientras tanto nosotros vamos a coger el primer huracán que viaje al país de Oz, he metido en la maleta tres deseos: un cerebro nuevo para él, valentía para mí y un corazón para los cuerdos. 

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