No debí ser tan incisiva en aquella conversación. Seguramente mis compañeros piensan que soy demasiado agresiva, pero necesitaba que resolviéramos la situación. Sí, fui muy vehemente. Estoy convencida de que no están a gusto con mi presencia. He pensado muchas veces que la manera en que expreso mis ideas les incomoda porque soy directa y hablo sin tapujos. Intuyo que no tienen buen concepto de mi.
Como cuando salía con mi profesor de tenis. Disfruté mucho durante las semanas que compartimos. Pero siempre sospeché que mi físico no le encajaba del todo. Eso me preocupaba. También me disgustaba pensar que mi carácter o mis gustos pudieran generarle desinterés. Suponiendo que él buscara una relación estable. Nunca lo tuve claro, y esa duda me atormentaba al pensar que no culminariámos en nada serio.
-¡No eres una vaca!- me dijo un día mi amiga del taller de cocina.
Siempre sonrío al acordarme de mi cara de desconcierto cuando se me encaró con aquella frase. Le acababa de contar esas dos circunstancias que esa semana me rondaban la cabeza. Cuando vio mi gesto perplejo, Sonsoles se explicó.
-Las vacas rumian y rumian sin descanso la comida hasta que hacen una bola maciza. Tu haces exactamente igual con esas ideas que no sabes si son ciertas . Estoy segura de que tus compañeros y este chico del que me hablas están encantados con tu compañía. Tienes un concepto muy crítico contigo misma y te conozco desde hace diez de años. ¡Eres un encanto de mujer!
En un minuto, Sonsoles me dio varios razonamientos que suponían un auténtico revulsivo para mi. ¡Me preocupaba muchísimo por todo! Y no ponía remedio para que las cosas salieran como yo pretendía en la medida de lo posible. Así que resultaba inservible.
Sonsoles reía al ver mi silencio.
-¿A que tengo razón?- decía.
La tenía. Cuando faltaban minutos para despedirnos en el cruce como cada martes , me contó que llevaba meses acudiendo al psicólogo y que por eso veía claro cual era mi actitud.
Pensé preguntarle si no confiaba en mi para habérmelo contado antes. O incluso si se sintió avergonzada cuando tomó la decisión. Pero el primer resorte de mi nueva actitud saltó ahí y rectifiqué a tiempo suponiendo que cada uno lo cuenta cuando considera.
Su forma de encarar esas situaciones que yo le contaba habitualmente me despertaron la curiosidad. ¿Sería posible dar un giro o al menos intentarlo para tener una relación más amable conmigo misma? Y seguí los pasos de Sonsoles...
-A ver si te entiendo, hermanita: ¿me cuentas esta historia para decirme entre líneas que crees que necesito ir a un psicólogo?- mi hermana estaba poniendo el mismo gesto que una servidora usó con Sonsoles y con su símil de la vaca rumiante.
-Te lo cuento porque me veo en ti. Y si tu también te ves en mi, creo que tengo un interruptor que se merece tu oportunidad.
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