martes, 5 de mayo de 2020

A favor del viento

El holandés memorizó la dirección en la que debía de entregar los diamantes que viajaban en el cofre de anclas del "van der Decken". Guardó el teléfono y continúo caminando. Antes de llegar al pantalán, descubrió a una anciana, vestida de negro por completo, que observaba detenidamente su barco. Cuando estuvo a su altura, le preguntó:

─¿De vacaciones?

─Trabajo aquí ─respondió ella. 

─¿Tiene una náutica?

─No vendo barcos, simplemente, los imagino. 

─Ya, una cuestión de fe.

─¿Fe? No me seas tontín. ¿De qué me valdría venderlos?, mis clientes, los capitanes muertos, no tienen con qué pagarlos.

─Entonces, ¿para qué los imagina?

─Es difícil de explicar, no puedo darte mis razones ni mis secretos profesionales. Lo que sí puedo decirte es que mis barcos están hechos de memoria.

─¿De memoria? 

─De la memoria del muerto. Te pondré un ejemplo: si en vida, surcaste las aguas del Pacífico Sur, ¿de qué te valdría un velero blanco? No sería mejor que llevara tatuados, en su casco, todos los colores que esconden el océano y las islas maoríes en cada una de sus bodegas. El blanco viene bien para los cómplices de la luna, contrabandistas y estatuas de almirantes. 

─Parece razonable.

─¿Qué te pensabas?, estoy loca pero no soy una irresponsable. A todo esto, contrabandista, porque está claro que no eres una estatua municipal ─le lanzó un guiñó─, ¿me llevarás mar adentro en tu velero? 

─¿Adónde? 

─Hasta el horizonte, dónde pueda besarte.

─¿Besarme?

─Amurar las comisuras de los labios por la proa, por la popa o el través. Con mar gruesa, arbolada o enorme. 

Se quedó sin palabras, hubiera preferido que se tratase de un policía de paisano, al menos, habría sabido cómo reaccionar.

─Entonces ─continuó ella─, holandés, si no quieres un beso, ¿qué harás para que nunca te encuentre?

─¿Cómo sabe de dónde vengo?

─Porque no toma sus medicinas. 

Era una mujer, de unos cuarenta años, vestía vaqueros y blusa blanca. Cogió a la anciana del brazo al tiempo que le comentaba:

─Tiene un problema de salud mental, taquipsiquia, una enfermedad extraña, su cerebro funciona más aprisa que el del resto de la gente, tan rápido, que viven sumidos en una eterna confusión. ¿Le ha molestado?

─Todo lo contrario, lo hemos pasado bien, hemos estado viajando en el "van der Decken". Hemos ido hasta allí.

Señaló un punto lejano, detrás de todos los barcos, en el horizonte, o quizá, un poco más lejos. La mujer asintió con una sonrisa. Tenía una boca grande y bonita y los ojos azules, como la anciana. 

─¿Después de llegar allí? ─preguntó. 

─Hemos regresado, tranquilamente, orzando. Incluso, nos hemos permitido el lujo de atracar a vela, como en los viejos tiempos. 

Le agradeció su paciencia y se marchó con su madre del brazo. A los pocos metros la anciana se dio la media vuelta, depositó un beso sobre la palma de su mano y sopló. El holandés supo que aquel beso llegaría a su destino, lo habían lanzado a favor del viento. 

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