lunes, 4 de mayo de 2020

Vagabundos

–¿Adónde irá la gente tan apurada? –preguntó el primer vagabundo.

–A tomarse unos vinos –contestó el segundo.

–¿Cómo puedes estar seguro?

–¿Para qué otra cosa podrían estar tan apurados?

–Sí, es cierto.

Los dos vagabundos estaban tendidos en las escaleras de la iglesia. Uno tenía en la mano una botella vacía, que de vez en cuando se llevaba a la boca, como si hubiera olvidado que no contenía líquido alguno. El otro no cesaba de rascarse en todo el cuerpo.

–¿Adónde irá la gente tan apurada? –volvió a preguntar el primer vagabundo.

–Ya me lo preguntaste, ¿te olvidaste?

–Sí, me olvidé... ¿Y qué me respondiste?

–Ahora no lo recuerdo, pero si están tan apurados deben tener poco tiempo.

–¿Poco tiempo para qué?

–¿Quién sabe? Habría que preguntarles.

–No nos contestarían.

–Tal vez no tienen qué contestarnos.

–Cuando pasan, nos miran con desprecio.

–Ni siquiera se fijan en nosotros.

–¿Qué hora es?

–¿Qué importa? Cualquier hora es buena para beber.

–Hay que conseguir otra botella.

–Y pronto.

–¿Vamos a buscar una?

–¿Podrías ir? Yo no puedo levantarme.

–Yo tampoco.

–Quizás debamos dejarlo para más tarde.

–Con un poco de suerte tal vez nos venga el sueño.

–Y así podremos soñar un poco.

–Beber cuanto queramos.

–Hasta reventar.

–¿Adónde irá la gente tan apurada?

–¿No me lo preguntaste ya?

–¿Por qué habría de preguntártelo si ya te lo hubiera preguntado?

–Sí, es cierto –dijo el vagabundo mientras se llevaba nuevamente la botella vacía a la boca.

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