lunes, 4 de mayo de 2020

terapia en voz alta

"abre inmediatamente"…expresa Javier cuando cierran la puerta de la consulta. La sensación de ser un prisionero de guerra, invade a aquel hombre cuando se siente encerrado. El especialista abre la puerta, un paciente que se encuentra en la sala de espera, asume cierto asombro cuando ve romperse la privacidad de la terapia. El médico regresa y toma asiento frente al anciano, se coloca un aparato auditivo en el oído derecho

- Padezco de poca audición – exclama – necesitaré que hable alto para entenderlo – horas antes había leído el historial de Javier –. Puede contarme, ¿por qué piensas que todo significa encierro?

- Eres muy joven para entenderlo – su voz es fuerte y enérgica – fui prisionero durante la guerra civil y pasé veinte meses encerrado en el sótano de una casa – mira la puerta para asegurarse que esté abierta –. Nada es comparable con la libertad, hasta los perros muerden la cadena cuando son amarrados – se inclina en el asiento –. Mi hijo me pidió que viniera, dice que este lugar ofrece ayuda a las personas, pero…no necesito ayuda de nadie, solo vine por complacer a mi hijo.

- Pero puedes ayudar a otros que necesiten de ti.

- Pierdes tu tiempo – vuelve a mirar la puerta con temor a que alguien la cierre a sus espaldas –. No quiero ayudar a nadie, pues nadie fue a ayudarme mientras estuve encerrado en aquel sótano – observa al terapeuta retirarse el aparato del oído –. Póngase ese artefacto en la oreja, acaso quieres que hable más alto – Javier cruza la manos algo molesto – no quiero ayudar a nadie, quiero que las personas sientan lo que significa estar encerrados, quiero que sientan la misma angustia que sentí yo durante veinte meses…solo así, valorarán la libertad.

- Muy eficiente su teoría – expresa el especialista – has sido de mucha ayuda.

- Te burlas de mí – su mirada adquiere un semblante serio – en qué sentido pude ayudarte, si ni siquiera me has prestado atención.

- Escucho perfectamente – el anciano se asombra – ven conmigo.

Ambos salen de la consulta hasta la sala de espera, el paciente que aguardaba ya no se encuentra por los alrededores. El médico se aproxima a una ventana y mira a través del cristal. 

- Acércate, quiero mostrarte algo – Javier camina hasta la ventana –. Aquel hombre que camina por la avenida – señala al mismo sujeto que se encontraba en la sala de espera – lleva tres años en mi terapia y nunca ha caminado como lo hace ahora, lleva muchos años encerrado en su propia casa temiendo al mundo exterior – Javier observa el andar temeroso de aquel hombre y recuerda sus primeros pasos cuando fue puesto en libertad –. Dejé la puerta abierta y te pedí que hablaras alto, para que él escuchara tu versión, pues ya había utilizado todos mis recursos profesionales – apoya la mano en el hombro de Javier – nadie volverá a encerrarte, pero sí pudiste abrir la puerta de ese hombre, es porque tienes la llave para cerrar tu propia puerta.

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