Nada añoré tanto durante la cuarentena como volver a La Manga y ver el mar.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez, cuarentena, fase uno, fase dos, fase tres…
Por fin estoy aquí, sentada frente al mar, respirando aquel olor añorado, dejándome acariciar por la brisa, sintiendo la vida. Mi padre y yo frente al mar. Me siento feliz. Mi padre también lo está
- Qué alegría estar aquí, Paula- me dice.
Cuando se declaró el estado de alarma, decidí pasar el confinamiento con mi padre y su amigo Alzheimer (como él le llamó a su enfermedad desde el principio), así que fui a por él a la residencia y nos encerramos en mi casa, no quería que mi padre pasara aquellos días sin poder recibir visitas ni quise soportar la inquietud de pensar que se contagiara del virus y tuviera que pasar aquella enfermedad solito.
Han sido días difíciles en el encierro, muchos de esos mi padre no sabía donde estaba, ni quién era yo, preguntaba por mi madre y yo no tenía fuerzas para decirle que mi madre había muerto diez años atrás. Así que cuando me decía que si mamá estaba en La Manga contestaba que sí. Preparando nuestra casa para pasar las vacaciones, decía mi padre justificando su ausencia.
Otros días mi padre se acordaba de todo, me hablaba del virus y aportaba sus conocimientos de médico jubilado. "El coronavirus no es nuevo, Paula, lo nuevo es la mutación del virus", me decía.
En esos días de mayor lucidez sabía que mamá ya no estaba y me decía que al pasar estos días, iríamos al cementerio a ponerle flores, y luego a La Manga.
Y eso hemos hecho hoy.
El amigo de papá, el alzheimer, tiene sus días buenos y sus días malos, sus horas de marea baja y marea alta. Papá intenta escribir todo en una libreta para no olvidar, llenar la casa de notas para recordarse a si mismo nombres de objetos y cómo se hacen las cosas.
Su natural optimismo y su carácter alegre han hecho más llevaderos mis días, cuando se encontraba perdido yo le ayudaba y cuando yo me encontraba perdida (aunque no tengo alzheimer ni ningún otro diagnóstico relacionado con mi salud mental, al menos que yo sepa) me ha ayudado él.
- Papá, he pensado venir a vivir aquí los dos, puedo trabajar en cualquier sitio. Al final mi negocio está funcionando mejor de manera online que presencial. ¿Qué opinas? Podremos estar juntos y ver el mar a diario.
- Pero hija, tus hermanos quieren que vuelva a la residencia, mi amigo y yo somos mucha carga para ti.
- Tú nunca serás una carga. Y esa decisión es tuya y mía, no de mis hermanos.
Papa sonríe y asiente con la cabeza y le brillan los ojos.
- Tú yo nos necesitamos, papi.
Mi padre acaricia mi cara, como me acaricia la brisa del mar y sonrío feliz.
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