Javi llega otra vez adelantándose, anunciando sus pisadas, abriendo bien los ojos y esbozando su sonrisa, sabe siempre lo que viene y lo que quiere.
Me coge de la mano y me lleva hasta el piano con ademanes para sentarme, me siento solo para verle aplaudir y aguardo a que se tranquilice para indicarle que empezaremos con un ejercicio de calentamiento y respiración.
Instantáneamente su alegre rostro se torna triste para recuperar su expresión segundos después levantando los brazos a ritmo de música lenta, por imitación.
Decide que ya es suficiente cuando ahora coge la guitarra para dármela y ésta vez cedo a sus caprichos. No sabe hablar pero se expresa mejor que nadie, quién pudiera entender el mundo con sus ojos.
Experto de los lenguajes universales: la música y el afecto, una canción siempre lo balancea, baile que le distrae de llevarse cosas a la boca menos para hacer sonar su único chupete permitido: la armónica.
Armónicamente transcurren por su rostro los juegos y canciones hasta concluir la sesión de musicoterapia, no quiere irse pero una puerta abierta le muestra un camino a emprender siempre desbordando alegría y acompañado de afectuosos saludos.
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