Lo que comenzó con relativo desenfado por su aparente lejanía se ha transmutado en motivo de alarmante preocupación. Comenzamos siendo cautelosos en los gestos de mutua cortesía como los apretones de manos y los besos ocasionales. Lo que dio lugar a escenas de titubeos y desaires.
Tras la declaración del estado de alarma y confinamiento en el hogar, el monotema de actualidad es el coronavirus, causante de la pandemia. El silencio de la abuela, a pesar de su habitual locuacidad, no nos sorprende. El año pasado comenzó a mostrar un envejecimiento de sus neuronas. Sus escasas intervenciones muestran un discurso incoherente falto de un razonamiento lógico. Parece no ser consciente de la situación que se vive en el país.
Sorpresivamente, con leguaje lento pero preciso, interviene en la conversación. −Pertenece a la misma familia de virus cuyo material genético es RNA, algunos con patologías leves, como resfriados comunes, y otras más serias como el SARS que surgió en 2002, el MERS de 2012 y ahora el COVID-19 que debía llamarse SARS-2.
Entre esa neblina que cubre su mente, sopla en ocasiones una brisa que le muestra su pasado de viróloga del CSIC.
Con el paso del tiempo la brisa trajo negros nubarrones, volvió a mostrar su pérdida de memoria, el empobrecimiento de su léxico y las incoherencias en su discurso. Con un leguaje pobre y lento, carente de contenido.
Su semblante mostraba alegría y felicidad a pesar de la tormenta que cae sobre su cabeza. Sus sentimientos seguían intactos aunque no los pudiera compartir. Seguía teniendo frío, calor, vergüenza y hasta miedo, pero nunca se lo contaba a nadie. Una sonrisa era la forma de expresar cuando se sentía feliz, contenta y cuidada.
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