Cuando abrió el grifo de la ducha recordó que habían pasado 4 meses desde el primer día que se levantó la cuarentena. Ya nada era igual.
Mientras el agua recorría su cuerpo de cabeza a pies, tomó consciencia de dónde estaba: el baño de una habitación inhóspita de un centro psiquiátrico a las afueras de la ciudad. El agua se mezclaba con sus propias lágrimas mientras Carlota recordaba con una punzada de dolor qué pasó el día en que Manuel, con lágrimas en los ojos, la dejaba ingresada en la unidad de agudos del hospital a pesar de sus gritos, golpes y chillidos. "Brote psicótico" fue el diagnóstico que le dieron esa misma noche después de que los primeros antipsicóticos dieran resultado.
Las imágenes de la terraza del vecino del primero se le iban sucediendo mientras se enjabonaba el pelo: macetas rotas en pedazos, cojines ya sin plumaje, ordenadores reducidos a trozos de metal, muñecas sin cabeza y sillas convertidas en madera astillada. Cuarenta días sin salir de casa siquiera a bajar la basura acabaron pasándole factura. Se rompió por dentro el día 47 como nunca había hecho, lanzando desde su balcón todo lo que encontró a su paso durante cinco minutos que se habían convertido en semanas y meses de recuperación.
Salió de la habitación con tejanos y una camiseta blanca básica. Manuel la abrazó fuerte. "Por fin nos vamos a casa" le susurró al oído. Carlota sonrió. Ya nada era igual. Jamás volvería serlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario