lunes, 4 de mayo de 2020

La juguetería

La anciana entró a la juguetería y puso de golpe sobre la vitrina, una bolsa. La abrió y tiró hacia los lados distintos cachivaches. El dueño del local y su ayudante Raúl, le pidieron que se fuera pues estaba ensuciando el vidrio.

-¡No tengo mis robots!- dijo la mujer- ¡Sí, aquí! ¡Yo, yo misma los compré aquí, en este lugar!

Entonces extrajo de la bolsa cuatro juguetes y los puso sobre el vidrio.

-Disculpe, pero no entiendo qué quiere. Sus juguetes están aquí- exclamó confuso el dueño.

-¡No!- gritó ella- Son seis. Yo solo tengo cuatro… 

La mujer sollozó. 

-Si yo los compré aquí, aquí deben estar los otros dos.

El dueño se restregó una mano en la cabeza. Como pudo, le explicó con calma y paciencia que la juguetería había sido antes propiedad de otro locatario. Probablemente ese hombre le hubiese ayudado en algo pero había muerto hace años.

La mujer se aferró a una vitrina y gritó entre sus brazos. Antes que Raúl tomase el teléfono para llamar a la policía, entró un grupo de tres personas. Lucían nerviosas y muy asustadas. Un hombre de unos cuarenta años se acercó a la mujer y le dio un abrazo. Estaba desolado.

-¿Dónde te habías metido, mamá?- preguntó.

-Usted no es mi hijo, no sé quién es. ¡Suélteme!- regañó la anciana.

El dueño y Raúl estaban estupefactos. No supieron cómo reaccionar.

-Se nos perdió hace tres horas y andábamos como locos buscándola. Por suerte unos vecinos nos dijeron que la habían visto por aquí…

-Bueno… Me alegro- dijo el dueño.

La anciana fue conducida hacia la calle por dos mujeres jóvenes que al parecer eran sus nietas. Antes de irse, el hombre se detuvo frente a los cuatro juguetes. Los observó con sorpresa.

-Ella quería comprar los dos que faltaban de la colección- dijo Raúl.

El hombre se pasó una mano por la cara. Suspiró. Dejó escapar unas lágrimas.

-Cuando era niño estos eran mis juguetes favoritos. Siempre le reclamé que me faltaban dos… ¿Saben? No había visto estos robots en años. ¡Ella los tenía guardados!

-Lástima que no tengamos los que faltan- contestó el dueño.

El hijo tomó los juguetes y los echó en la bolsa de la mujer. De su camisa sacó una tarjeta y se las extendió.

-Si algún día saben de alguien que los venda, llámenme.

Entonces el hombre tomó la bolsa y salió del local. Afuera pidió un taxi y en él subió junto a su madre y las jóvenes.

-¡Qué raro!, ¿no?- dijo el dueño.

-¿Qué cosa?- preguntó Raúl.

-Que lo único que recuerda sobre su hijo es que no le compró esos dos juguetes.

Y ambos se sumieron en un silencio que les duró un buen rato hasta que otro cliente entró.

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