La anciana entró a la juguetería y puso de golpe sobre la vitrina, una bolsa. La abrió y tiró hacia los lados distintos cachivaches. El dueño del local y su ayudante Raúl, le pidieron que se fuera pues estaba ensuciando el vidrio.
-¡No tengo mis robots!- dijo la mujer- ¡Sí, aquí! ¡Yo, yo misma los compré aquí, en este lugar!
Entonces extrajo de la bolsa cuatro juguetes y los puso sobre el vidrio.
-Disculpe, pero no entiendo qué quiere. Sus juguetes están aquí- exclamó confuso el dueño.
-¡No!- gritó ella- Son seis. Yo solo tengo cuatro…
La mujer sollozó.
-Si yo los compré aquí, aquí deben estar los otros dos.
El dueño se restregó una mano en la cabeza. Como pudo, le explicó con calma y paciencia que la juguetería había sido antes propiedad de otro locatario. Probablemente ese hombre le hubiese ayudado en algo pero había muerto hace años.
La mujer se aferró a una vitrina y gritó entre sus brazos. Antes que Raúl tomase el teléfono para llamar a la policía, entró un grupo de tres personas. Lucían nerviosas y muy asustadas. Un hombre de unos cuarenta años se acercó a la mujer y le dio un abrazo. Estaba desolado.
-¿Dónde te habías metido, mamá?- preguntó.
-Usted no es mi hijo, no sé quién es. ¡Suélteme!- regañó la anciana.
El dueño y Raúl estaban estupefactos. No supieron cómo reaccionar.
-Se nos perdió hace tres horas y andábamos como locos buscándola. Por suerte unos vecinos nos dijeron que la habían visto por aquí…
-Bueno… Me alegro- dijo el dueño.
La anciana fue conducida hacia la calle por dos mujeres jóvenes que al parecer eran sus nietas. Antes de irse, el hombre se detuvo frente a los cuatro juguetes. Los observó con sorpresa.
-Ella quería comprar los dos que faltaban de la colección- dijo Raúl.
El hombre se pasó una mano por la cara. Suspiró. Dejó escapar unas lágrimas.
-Cuando era niño estos eran mis juguetes favoritos. Siempre le reclamé que me faltaban dos… ¿Saben? No había visto estos robots en años. ¡Ella los tenía guardados!
-Lástima que no tengamos los que faltan- contestó el dueño.
El hijo tomó los juguetes y los echó en la bolsa de la mujer. De su camisa sacó una tarjeta y se las extendió.
-Si algún día saben de alguien que los venda, llámenme.
Entonces el hombre tomó la bolsa y salió del local. Afuera pidió un taxi y en él subió junto a su madre y las jóvenes.
-¡Qué raro!, ¿no?- dijo el dueño.
-¿Qué cosa?- preguntó Raúl.
-Que lo único que recuerda sobre su hijo es que no le compró esos dos juguetes.
Y ambos se sumieron en un silencio que les duró un buen rato hasta que otro cliente entró.
No hay comentarios:
Publicar un comentario