domingo, 3 de mayo de 2020

Momento en que un pájaro en silencio vuelve a cantar

Mamá está en la cama. Se levanta y tengo la esperanza de que hoy vayamos a dar un paseo sin motivo alguno, a mirar el cielo y las aves, a tomar el sol. Pero de nuevo me engaño. Ha ido a la cocina y ha tomado lo primero que ha visto. Observo en secreto que regresa a la habitación, me acerco a su cama y toco aquel libro que le dejé hace semanas en la mesita de noche, pero descubro que aún solo lleva huellas mías. Nada de qué hablar, solo pienso mientras la observo.

El libro y la mesita de noche y la cama y la ventana y las paredes y mamá misma están cubiertos de polvo. A veces me es difícil reconocer su rostro, saber si es ella la misma que dejé el día anterior, saber si su voz y sus silencios son los mismos o alguien ha tomado posesión de su cuerpo, no, de su vida, de su voluntad. No se trata de ser felices en apariencia, no quisiera una sonrisa falsa en su rostro, solo quisiera que volara más allá en el tiempo. Hace tres años que papá murió y ella toma semillas de voluntad.

Mamá no está sola, siempre la acompaña el retrato de papá. De algún modo me recuerda a los pajaritos que no pueden volar más cuando ven que su pareja ha dejado de mover sus alas para siempre. Que no cantan más porque necesitan del silencio para escuchar la voz que ya no está. Mamá está en la cama porque así puede soñar más, porque es algo de su mente, pero estoy segura de que las semillas de voluntad que toma van a germinar junto con las mías, que no necesitan pasarse con agua, solo necesitan pasarse por el cuerpo: como un abrazo. Mientras la tengo entre mis brazos le digo:

— Mamá, ¿quieres decirme algo?

— Ya me siento mucho mejor.

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