domingo, 3 de mayo de 2020

Encerrado afuera

Me quedé encerrado afuera. El cielo abierto amenaza con caerse sobre mí en cualquier momento y las ramas de los árboles se mecen intimidantes. Vuelvo a buscar la llave en mis bolsillos. Nada. Forcejeo con la puerta. Otra vez nada. Trato de respirar profundo como lo he practicado pero la risa de unos niños me interrumpe. Ya es la hora de salida del preescolar de al lado. Todo empieza a darme vueltas. Me aferro a la cerradura. Aaaaaaaaahhhhhhhhh, un gemido se me escapa. Golpeo la puerta pero nadie responde. Pasa un carro demasiado rápido, ¿Y si el próximo perdiera el control? No debí de haber salido, lo sabía, no era seguro. ¡Estoy encerrado afuera! Miro por una ventana, los muros que siempre me han resguardado se ven lejanos. Niños y papás empiezan a pasar y me miran. ¿Qué estarán pensando? Seguro dudan de mi salud mental. Me escurro sobre la puerta. Alguien tose demasiado cerca, ¡Auxilio! aprieto mi cabeza entre las piernas y me cubro con los brazos como si pudiera resguardarme de los virus en el aire. El chirrido de unas llantas retumba en mis oídos, el corazón se me desboca, ¿por qué a mí? apenas tengo 38 años. Las lágrimas empiezan a escurrirme haciendo que sea más difícil respirar, lloro desesperado. 

A esta hora adentro ya estaría comiendo mi fruta, al terminar sonaría el teléfono y sería mi hermano, hablaríamos durante unos 40 minutos y entonces sería momento de ver las noticias. Pero no estoy adentro sino afuera. Estoy encerrado afuera y no sé si sobreviviré. Me toco el pecho por encima de la camisa y confirmo que la placa está allí colgada. La saco "Leonardo Suárez. O positivo. Alergia a la penisilina. 3120627". La guardo. Apenas voy a tomar un respiro cuando siento unos pasos que corren hacia mí, me estremezco, parece que me atacarán por la espalda, me encojo más y espero el golpe o la puñalada. Ahí viene. Espero. Los pasos se alejan. No sé cuánto tiempo después me doy cuenta de que no estoy respirando. Levanto mi cabeza y veo a un joven alejarse con una pelota. El viento arrecia y el crujir de las ramas me recuerda que están listas para darme el golpe mortal. Una punzada en el pecho me deja sin aliento. Me tumbo en el piso aferrado a mi placa. De nuevo unos pasos corren hacia mí, seguro esta vez no es alguien detrás de una pelota, seguro es el final. 

¡Leonardo, Leonardo, estoy aquí! Así me dijo mi madre hace 31 años, ¡Leonardo estás bien! Eso dijo una y otra vez cuando llegó esa mañana a la esquina donde un camión sin frenos se llevó por delante a mi papá quien sólo alcanzó a tirarme a un lado antes de morir. ¡Leonardo, mi amor! Abro los ojos. ¡Salí a comprar leche, pensé que llevabas tus llaves! Abrazo con fuerza a mi esposa. Uno, dos, tres. Repite mientras abre la puerta de la casa. Respiro.

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