En la sala de espera mato el tiempo observando las caras de otros usuarios de la unidad de salud mental. Normalmente hay caras serias como la mía, otras tristes y nostálgicas, e incluso algunas ligeramente nerviosas propias de una primera visita, pero nada como lo que he visto hoy cuando todas las caras han evolucionado al unísono de la sorpresa a la inquietud para acabar en la comprensión y el alivio. Ha sido una monofonía de expresiones que quizás sólo yo he podido disfrutar, y es que ese temblor arrítmico de ventanas apenas me ha desconcertado, ventajas de vivir en las alturas.
El ritmo no suele presentarse en los desastres naturales, cuya imprevisibilidad los define, y por ende tampoco puede habitar en ellos la poesía. No la encuentro en un volcán, en un terremoto, ni en un huracán.
Yo elegí asentarme en una ciudad con alta peligrosidad sísmica, así que no me asombro cuando a veces mi cama baila; también elegí vivir en un sexto piso. Sé que algún día podré sufrir un gran terremoto, pero confío en que el trabajo de geólogos y geofísicos de sus frutos y puedan avisar con un mínimo de antelación para esconderme debajo de un mueble. También espero que las edificaciones aguanten con esos pilares tan gordos que tienen aquí. De no creer en todo eso tendría que vivir con miedo eternamente y me niego, preferiría cambiar de ciudad.
La belleza tampoco se presenta en los desastres naturales, no cuando los vives en primera persona. Ver como un tsunami se acerca a la costa y su cresta crece y crece puede ser algo de una belleza abrumadora, como también puede haberla en el desplazamiento de un alud de nieve o en la caída de un meteorito, pero siempre desde la distancia y no debajo de ellos; no creo que estando en la playa puedas apreciar belleza alguna en la gran ola que se te viene encima, en esos momentos sólo buscas sobrevivir.
Los momentos previos en los que crees perder la realidad, la cabeza, o de creer que estás a punto de caer en la locura, deben ser lo más cercano que he sentido al terror que ha de sufrirse antes de ser golpeado por un tsunami o atrapado por un alud y no, ni he presenciado poesía ni belleza alguna. Sólo hay algo más básico y animal, el miedo que te congela o te ayuda a escapar. Puede que tenga más papeletas que otros para volver a experimentar esa situación, al igual que el que viaja a Japón tiene más posibilidades de que el suelo se le abra entre sus pies, pero aún así lo asume y viaja. No puedes vivir eternamente con el terror a que la ola te atrape.
Y vuelve el sismo pero esta vez no cambian las caras, ya sabemos por qué tiemblan las ventanas.
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