Nombrar una enfermedad es una oportunidad única en la vida de un investigador, podríamos pensar que es el equivalente a descubrir un continente o ser el primero en atravesar un territorio hasta entonces desconocido. Si nos propusiéramos trazar la historia de la conquista cerebral, podríamos nombrar a algunos célebres exploradores que nunca caerán en el olvido, como es el caso de Aloysius Alois Alzheimer, podríamos pronunciar sin mucho esfuerzo el nombre de Paul Broca o incluso permanecen en nuestras duras cabezas algunos intentos fallidos por darle forma a los vastos territorios de la mente, como es el caso de Franz Joseph Gall.
Lo que sí hemos olvidado y nos cuesta muchos más trabajo pronunciar, es a quienes fueron esos territorios que existieron innombrables en su época. Tal como sucedió con otras conquistas en otros territorios, olvidamos el nombre de la primer paciente que sucumbió al Alzheimer, elegimos no pronunciar el nombre de aquel que perdió la capacidad de comunicarse con su entorno y nuestro memoria se deforma al intentar recordar a alguien, aunque sea a uno, que haya padecido al tristemente célebre F. J. Gall.
La explicación quizá sea que, como en el caso de todas las conquistas a lo largo de los siglos de nuestra humanidad, la historia siempre la escriben los que ganan y no los que pierden. Podríamos proponernos recordar que una identidad, como un territorio puede sernos desconocida, pero nunca inhabitada. Deter-Alzheimer, "Tan"-Broca y así de a poco, recuperar la otra parte de la historia.
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