Ya no. Ya no le atormenta la idea. Ahora puede respirar con tranquilidad. Se ha mudado a una planta baja. Solo le queda el recuerdo de un pensamiento. Ya no vuelve esa obsesión recurrente. Ya no esa repetición fuera de control.
Ya no mide la altura que separa el balcón del suelo. Ya no cuenta dos metros y medio por piso. Ya no se le enfría el café en la mesa. Ya no mira el vacío. Ya no siente en su cuerpo el impacto mental. ¿Cuántas veces el miedo fue la salvación?
Sale fuera de la casa, enciende un cigarro. Camina hasta la plaza cruzando la calle. Mira hacía arriba, observa los balcones. Ya no puede mirar hacía abajo. El sol le calienta la cabeza. Vuelve a entrar. Abre el botiquín todos los días a las seis de la tarde y toma su medicación. Mientras sonríe en el espejo comprueba que se encuentra estable, que solo tuvo un mal pensamiento. Pero ya no.
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