Miraba al techo continuamente, desplazaba sus pupilas de un lugar a otro. Su mirada parecía hilvanar una y otra vez las dos paredes de la habitación, coserlas y descoserlas, como si de esa actividad dependiera que nuestra casa siguiera en pie. A veces, cuando sentía que ella ya había trabajado suficiente sobre ese costurón invisible que le dilataba las pupilas, pegaba mi cabeza a la suya y trataba de tomarle el relevo, aunque me resultaba imposible lograr unas puntadas tan prietas como las suyas. ¿Qué veía ella? ¿Qué podía retener su mirada allí durante horas y horas? Me incorporé, puse mi rostro frente al suyo; sus pupilas se desplazaron y se fijaron en las mías, pero ella seguía sin verme, tejiendo y destejiendo el abismo que la consumía. Mamá, dijo. ¿Dónde está mi madre? Yo no supe qué responder, solo alcancé a devolverle la pregunta que yo también me hacía: ¿dónde está mi madre? El estruendo de su cuerpo sobre el suelo fue la única respuesta contundente que me dio esa tarde. Un pinchazo y mi madre volvió a casa, aunque no por mucho tiempo. Aún ella y yo seguimos haciéndonos las mismas preguntas de tanto en tanto.
Blog con los relatos presentados al concurso convocado por la Plataforma “Salud Mental y Cultura”, integrada por la Unidad de Salud Mental Comunitaria del Hospital de Los Arcos-Mar Menor, las concejalías de cultura de los municipios de Los Alcázares, San Javier, San Pedro del Pinatar y Torre Pacheco, las asociaciones AFEMAR, AIKE Mar Menor y LAEC, y la Fundación entorno Slow-Proyecto Neurocultura de Torrepacheco.
viernes, 1 de diciembre de 2023
Una tarde más
Miraba al techo continuamente, desplazaba sus pupilas de un lugar a otro. Su mirada parecía hilvanar una y otra vez las dos paredes de la habitación, coserlas y descoserlas, como si de esa actividad dependiera que nuestra casa siguiera en pie. A veces, cuando sentía que ella ya había trabajado suficiente sobre ese costurón invisible que le dilataba las pupilas, pegaba mi cabeza a la suya y trataba de tomarle el relevo, aunque me resultaba imposible lograr unas puntadas tan prietas como las suyas. ¿Qué veía ella? ¿Qué podía retener su mirada allí durante horas y horas? Me incorporé, puse mi rostro frente al suyo; sus pupilas se desplazaron y se fijaron en las mías, pero ella seguía sin verme, tejiendo y destejiendo el abismo que la consumía. Mamá, dijo. ¿Dónde está mi madre? Yo no supe qué responder, solo alcancé a devolverle la pregunta que yo también me hacía: ¿dónde está mi madre? El estruendo de su cuerpo sobre el suelo fue la única respuesta contundente que me dio esa tarde. Un pinchazo y mi madre volvió a casa, aunque no por mucho tiempo. Aún ella y yo seguimos haciéndonos las mismas preguntas de tanto en tanto.
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